Despertar en la Oscuridad

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La inconsciencia de Aylin fue abruptamente interrumpida por un dolor agudo que recorrió su cuerpo. Un retumbar en su cabeza le hizo sentir como si hubiera sido sacudida por un terremoto interno. Los parpadeos de luz y oscuridad se mezclaban en su mente aturdida, y lentamente, sus sentidos empezaron a aclararse. Sin embargo, el dolor seguía siendo una constante agitación.

Abrió los ojos con dificultad, encontrándose en un lugar que le era completamente ajeno. Su visión era borrosa al principio; las sombras de la sala se movían y se entrelazaban, creando figuras fantasmagóricas en las paredes. La luz era tenue, filtrada por una especie de rendija en el techo que emitía una luz fría y desagradable. El suelo era de piedra rugosa y fría, y el aire estaba cargado de un olor metálico y acre que le provocaba náuseas.

Trató de incorporarse, pero se dio cuenta de que estaba atada, sus muñecas y tobillos asegurados con correas de cuero que le cortaban la circulación. Cada movimiento que intentaba hacer solo incrementaba el dolor, haciendo que su cuerpo se tensara en respuesta. Las correas se hundían en su piel, provocándole un ardor agudo.

El dolor en su cabeza disminuyó lentamente y comenzó a recordar fragmentos de lo que había sucedido. Recordó el último grito desgarrador de Bassiel antes de que la oscuridad se lo tragara todo.

Aylin intentó orientarse, tratando de entender su entorno. La sala en la que se encontraba era grande, con paredes de piedra desnuda que se extendían hacia arriba hasta perderse en la oscuridad. En el centro de la sala había una estructura de tortura, y junto a ella podía ver fragmentos de sangre que se habían secado en el suelo. La visión de la sala estaba llena de sombras que danzaban, moviéndose con un ritmo siniestro que parecía burlarse de su desesperación.

En el rincón opuesto, el Potestas estaba de pie, su figura envuelta en una capa de sombras, apenas visible, pero su presencia era opresiva y aterradora. La fría luz de las antorchas reflejaba en su máscara de fuego, creando una imagen distorsionada que se movía como un reflejo macabro en las paredes.

—Despierta —la voz del Potestas resonó en la sala, suave pero llena de una maldad contenida—. Parece que has regresado.

Aylin trató de enfocar su mirada, viendo a su alrededor y reconociendo los restos de su tormento, pero la visión aún le era confusa. La sala parecía girar lentamente, y su mente estaba aturdida por la desesperación.

—¿Dónde estoy? —preguntó con voz temblorosa, intentando que las palabras salieran con coherencia.

—Estás en el corazón de tu quebranto —el Potestas respondió, su tono lleno de una frialdad implacable—. Aquí es donde las ilusiones se disuelven y la verdad se revela en toda su crueldad.

Aylin trató de recordar qué había sucedido, cómo había llegado a ese lugar. Sus pensamientos eran un caos, entrelazados con el terror constante que había experimentado. Las correas seguían apretando su piel, y el frío del suelo se filtraba a través de sus ropas, sumiéndola en un estado de incomodidad física constante.

De repente, escuchó un movimiento cerca de ella. Giró su cabeza con dificultad, intentando enfocar la vista. En el suelo, cerca de la estructura de tortura, había un charco de sangre, y mientras miraba más de cerca, se dio cuenta de que era la sangre de Bassiel. El simple pensamiento de su agonía hizo que su corazón se acelerara, y el terror se apoderó de ella una vez más. Miró hacia arriba y Bassiel estaba atado a una estructura, su cuerpo suspendido en una posición grotesca. Sus alas, antes espléndidas, estaban estiradas en un ángulo doloroso. La sangre se acumulaba en el suelo, y sus gritos se mezclaban con el crepitar de las llamas.

El Potestas, la figura implacable a cargo del tormento, se movía con una calma siniestra. Su máscara de fuego proyectaba un brillo infernal en la sala, intensificando el sentimiento de amenaza. Se acercó a Bassiel, y el cuchillo en su mano era una promesa de dolor inminente.

—¡No! —Aylin gritó, su voz quebrándose al ver el cuchillo acercándose a las alas de Bassiel—. ¡Por favor, déjalo en paz!

Bassiel, a pesar del dolor desgarrador, giró su cabeza hacia Aylin. Su expresión estaba marcada por una mezcla de sufrimiento y determinación.

—No te preocupes por mí —su voz era una susurrante y temblorosa afirmación de su voluntad—. El verdadero dolor es dejar que te quiebre.

—Tú, Bassiel, y todos los que buscan desafiar el orden deberán enfrentar el precio de sus transgresiones —dijo el Potestas.

El cuchillo se hundió en las alas de Bassiel, cortando con precisión cruel. El dolor era casi palpable, y el grito de Bassiel se convirtió en un rugido de agonía que resonó en cada rincón de la sala. La sangre comenzó a fluir libremente, salpicando el suelo y el aire. Aylin estaba en estado de shock, sus gritos se ahogaban en su garganta mientras el horror se desarrollaba ante sus ojos.

—¡Basta! —Aylin suplicó, su voz llena de desesperación—. ¡Por favor! —Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, mezclándose con la suciedad que cubría su piel.

—Todo lo que ves aquí, toda esta agonía, es parte de un proceso necesario. La verdad y la justicia no se obtienen sin sacrificio. Tú y tu compañero están pagando el precio de su insubordinación —dijo el Potestas.

La desesperación en el rostro de Aylin era palpable.

—¡Déjame ir! ¡No has ganado nada con esto! —gritó, sus palabras llenas de furia y angustia—. ¡Déjalo! ¡Déjalo!

—No somos nosotros quienes ganamos o perdemos —el Potestas replicó, acercándose a ella con una calma inquietante—. La justicia no es un juego de victorias y derrotas. Es una lección de dolor y revelación. Y tú, Aylin, aprenderás bien esa lección.

La voz del Potestas parecía una cuchilla afilada, cortando a través de su esperanza y resistencia. Mientras hablaba, el Potestas caminaba alrededor de la sala con un paso medido, como si estuviera disfrutando del espectáculo de su sufrimiento. Aylin podía sentir sus palabras como una presión tangible, oprimiendo su pecho y llenándola de una desesperanza que era casi palpable.

—Esto no es lo que crees —el Potestas continuó, la sonrisa en su voz aún más perturbadora—. Esto no es solo un castigo. Es una oportunidad para que veas la verdad de tu existencia, la verdad de tus decisiones. En este lugar, el tiempo se desvanece, y solo queda la esencia de tu realidad.

Aylin luchó contra las correas, tratando de liberarse, pero sus esfuerzos solo hicieron que el dolor aumentara. Las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo, y su cuerpo temblaba involuntariamente.

—No quiero ver la verdad —susurró, su voz quebrada por el miedo y la desesperación—. No quiero enfrentar esto.

—Lo que quieres o no quieres no tiene relevancia aquí —dijo el Potestas, su tono implacable—. La realidad es lo que es. Y ahora, debes enfrentarla en su forma más cruda.

El Potestas se movió hacia un rincón de la sala, donde estaban dispuestos varios instrumentos de tortura, sus metales reflejaban la luz de las antorchas de una manera inquietante. Aylin sintió una oleada de terror al verlos, su mente intentando procesar lo que podía venir a continuación.

—No te preocupes por el futuro —dijo el Potestas, su voz como un eco de sus propios temores—. En lugar de eso, enfócate en el presente. Lo que estás a punto de experimentar es solo el principio. Enfréntalo con valentía, si puedes.

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