La sala de castigos del Dominio es un lugar de pesadilla, una cámara de tormento donde el sufrimiento no se manifiesta a través de dolor físico, sino a través de la crueldad psicológica más retorcida que se pueda imaginar. La atmósfera en esta sala es opresiva, cargada de una desesperanza palpable que ahoga cualquier intento de optimismo o esperanza.
Aylin y Bassiel se encuentran entre los Ignis Custodes convocados a esta reunión, su presencia obligada por la necesidad de mantener el orden. La sala está iluminada por una luz fría y distante, emanada por las antorchas de fuego que, en lugar de proporcionar calor, generan un ambiente de congelante incertidumbre. Las paredes están adornadas con símbolos antiguos, grabados en la piedra con una precisión que da escalofríos. Estas inscripciones parecen observar a los presentes, recordándoles el poder y la vigilancia constante de los ángeles superiores.
En el centro de la sala, un Custode desobediente se encuentra atado a un pedestal de piedra, su cuerpo tenso y su rostro una máscara de pánico. El Potestas, una figura imponente envuelta en una túnica de fuego, se alza frente al grupo. Su presencia es intimidante, y la indiferencia en su rostro hace que la situación sea aún más aterradora. Los ángeles superiores rodean el pedestal, sus figuras flotantes y espectrales añaden una capa de horror al ambiente.
—Silencio —ordena el Potestas con una voz que resuena como un eco frío en la sala. Su tono es uno de absoluta autoridad, y el murmullo de los Custodes cesa de inmediato.
Aylin se siente un nudo en el estómago mientras observa la escena. Sabe que lo que está a punto de suceder es un espectáculo cruel destinado a mantener el control y sembrar el miedo entre los Custodes. El Potestas extiende sus manos, y de sus dedos emanan corrientes de energía oscura que parecen absorber la luz de la sala. La energía se arremolina alrededor del Custode, envolviéndolo en un torbellino de sombras y pesadillas.
—Este Custode ha desobedecido nuestras órdenes —dice el Potestas, su voz cargada de un odio helado—. Hoy aprenderá lo que significa desafiar al Dominio.
Con un gesto sutil, el Potestas inicia la tortura psicológica. Las sombras se transforman en visiones de los temores más profundos del Custode, una serie de ilusiones crueles diseñadas para desmoronar su voluntad. Aylin ve cómo el Custode es atacado por visiones de su propio fracaso, rodeado por monstruos imaginarios que parecen devorar su alma. La tortura no es física, pero el impacto en la mente es devastador.
El Custode grita en agonía, su voz un lamento desesperado que resuena en la sala. Aylin cierra los ojos un momento, tratando de bloquear el sonido, pero el eco de los gritos se clava en su mente. La forma en que el Potestas manipula los miedos del Custode, haciéndolos parecer reales y omnipresentes, es un recordatorio escalofriante del control absoluto que los ángeles superiores tienen sobre ellos.
Cuando el espectáculo llega a su fin, el Custode está exhausto, su cuerpo temblando y su mente rota. El Potestas se acerca y, con un último gesto, disipa las sombras que lo rodean. El Custode cae al suelo, completamente derrotado, mientras el Potestas se vuelve hacia los otros Custodes.
—Que esto sirva como lección para todos ustedes —dice el Potestas, su voz implacable—. La desobediencia no será tolerada.
Los Custodes se dispersan en silencio, el peso de lo que han presenciado dejándolos en un estado de shock. Aylin y Bassiel se encuentran en un rincón, alejados de la multitud, tratando de procesar lo que han visto. La violencia psicológica es un tipo de tormento que deja cicatrices invisibles, pero igual de dolorosas.
—¿Cómo pueden soportar esto? —pregunta Aylin, su voz temblando con una mezcla de horror y desolación—. ¿Cómo pueden hacer esto a sus propios compañeros?
Bassiel la mira con tristeza, su rostro marcado por una preocupación profunda. Sus ojos reflejan la misma angustia que Aylin siente, un espejo de la desesperación que ambos comparten.
—Nos han enseñado a olvidar —responde Bassiel con un susurro—. A aceptar que esto es necesario para mantener el orden. Pero es una mentira que repetimos hasta que nos lo creemos. Sin embargo, algunos de nosotros no podemos dejar de cuestionarlo.
Aylin siente un nudo en la garganta mientras escucha las palabras de Bassiel. La realidad que han vivido durante tanto tiempo se está desmoronando ante sus ojos. Las mentiras que les han enseñado, las justificaciones que han aceptado, parecen vacías y crueles ahora que han visto el horror en su forma más pura.
—¿Tú también dudas? —pregunta Aylin, su voz apenas audible. La sorpresa en sus palabras es evidente, como si el hecho de que Bassiel comparta sus dudas proporcionara una forma de consuelo, pero también una mayor carga de angustia.
—Todos los días —admite Bassiel, su tono lleno de una resignación amarga—. Pero el miedo a ser castigado, el temor a perder lo poco que tenemos... eso nos mantiene en línea. Nos han enseñado a temer a las consecuencias, a ver la obediencia como la única forma de supervivencia.
La conversación se llena de un silencio incómodo mientras ambos reflexionan sobre la realidad cruel a la que están sometidos. El Potestas y los ángeles superiores han creado un sistema tan despiadado que incluso el acto de cuestionar se siente como una traición. La presión de mantenerse en línea y de seguir las reglas se convierte en una carga constante, un peso que se hace cada vez más insoportable.
Aylin siente el frío de la sala de descanso, un contraste agudo con el calor de las llamas que aún arden en su mente. La oscuridad y la opresión de su entorno parecen intensificarse, y el sentimiento de desesperanza se afianza en su corazón. Cada día, la rutina se convierte en una repetición interminable de dolor y sufrimiento, una existencia sin sentido en un mundo que ha perdido su humanidad.
—Es difícil no dejarse consumir por el miedo —dice Aylin, su voz cargada de una tristeza palpable—. A veces me pregunto si alguna vez habrá una salida de esta pesadilla.
Bassiel la mira con una empatía profunda, sus ojos reflejando el mismo miedo y desesperación que ella siente. La carga emocional de ser un Custode se siente aún más pesada después de presenciar la crueldad que los ángeles superiores infligen a sus propios compañeros.
—Quizás hay algo más allá de esta oscuridad —sugiere Bassiel con una chispa de esperanza en su voz—. Algo que no podemos ver desde aquí. Pero para encontrarlo, necesitamos encontrar una forma de romper el ciclo, de desafiar el sistema que nos oprime.
Las palabras de Bassiel ofrecen un pequeño consuelo en medio de la desesperación. Aunque la realidad es dura y cruel, la posibilidad de encontrar una salida, de cambiar el destino que les ha sido impuesto, proporciona una chispa de esperanza en un mundo que parece carecer de ella.
A medida que la conversación llega a su fin, Aylin y Bassiel se preparan para volver a sus tareas, el peso de la sala de castigos aún presente en sus mentes. La violencia psicológica que han presenciado deja una marca profunda, una cicatriz que tardará en sanar. Sin embargo, la conexión entre ellos y la reflexión compartida proporcionan un breve respiro en medio de la opresión.
Cuando Aylin regresa a su celda, el silencio de la noche es aún más profundo. Se acurruca en el frío suelo de piedra, sintiendo el peso de lo que ha visto y la carga de sus propias dudas y temores. Aunque el futuro parece sombrío, el hecho de haber compartido sus pensamientos con Bassiel le ofrece una pequeña chispa de esperanza. En este lugar oscuro y despiadado, esa chispa es lo que mantiene viva la llama de su humanidad.
Con el tiempo, Aylin se deja llevar por el sueño, esperando que el próximo día traiga consigo una nueva oportunidad para encontrar respuestas y, quizás, una forma de superar el ciclo de desesperación que parece consumirlo todo.
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Cementerio para una mariposa
FantasyQue mis alas se despegen de esta podredrumbre llamada mortalidad