Sombras del Olvido

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La luna apenas se asomaba entre las nubes oscuras que cubrían el cielo, y la academia parecía sumida en una penumbra más densa de lo habitual.  Apenas sentía el frío de la noche sentada en la ventana, aunque la brisa helada le golpeaba el rostro. Sus pensamientos estaban nublados, perdidos en un torbellino de imágenes y sentimientos que no lograba procesar.

Las últimas horas habían sido agotadoras. Después de los enfrentamientos en los entrenamientos y las discusiones sobre la guerra, Aylin sentía su cuerpo y su mente desgastados. A pesar de las preocupaciones de Eira y Roana, había mantenido su fachada de fortaleza, una muralla que no permitía que nadie viera el verdadero caos que llevaba dentro. Pero en su interior, las imágenes de fuego y sombras seguían acosándola, como si fuesen fragmentos de un pasado olvidado, o tal vez de un futuro que no deseaba enfrentar.

 Se dejó caer pesadamente en un sillón junto al fuego, observando las llamas danzar en  silencio. El chisporroteo del fuego rompía el silencio de la habitación, proyectando sombras que parecían cobrar vida propia en las paredes de piedra. Sentía que el calor de las llamas contrastaba con el frío que se había instalado en sus huesos, un frío que no provenía de afuera, sino de algo mucho más profundo.

La academia estaba sumida en un silencio inquietante. En otras noches, los corredores solían estar llenos de murmullos, de pasos y risas apagadas de estudiantes que intentaban no ser sorprendidos fuera de sus habitaciones. Pero esa noche era diferente. La guerra con Zaradon había hecho que los alumnos de Vorinthia tomaran un aire de solemnidad y tensión. Los rostros, incluso durante el día, reflejaban preocupación y temor, y esa inquietud se había infiltrado en los pasillos y habitaciones, convirtiendo la academia en un lugar casi fantasmal.

Aylin miró a su alrededor, observando cómo las sombras parecían tomar formas caprichosas en las paredes. Los muebles antiguos, los tapices que colgaban de las paredes, y los ventanales que daban al jardín oscuro contribuían a la atmósfera ominosa que envolvía el lugar. En ese instante, no podía evitar sentirse atrapada, como si las paredes de la academia se cerraran lentamente sobre ella.

Mientras se quedaba sentada en el sillón, su mente empezó a divagar hacia lugares que le resultaban familiares y, al mismo tiempo, desconocidos. Cerró los ojos, dejándose llevar por la oscuridad. Poco a poco, imágenes fragmentadas comenzaron a surgir en su mente: un lugar oscuro, el sonido de pasos apresurados, gritos ahogados, y el olor a humo y sangre. Había algo sofocante en esos recuerdos, una sensación de impotencia que la hacía temblar.

De pronto, abrió los ojos, sintiendo cómo el pecho se le oprimía. La visión se desvaneció tan rápido como había aparecido, dejándola con una mezcla de alivio y confusión. Sabía que esos recuerdos eran importantes, pero cada vez que intentaba aferrarse a ellos, se escurrían entre sus dedos, como si fueran solo fragmentos de una pesadilla.

Con un suspiro, se levantó y se acercó a la ventana, apoyando la frente en el frío cristal. La luna iluminaba tenuemente el jardín de la academia, proyectando sombras alargadas que parecían extenderse hacia ella, como si quisieran atraparla. En el fondo, Aylin sabía que no podría escapar de aquellas imágenes. Eran parte de ella, de su historia, aunque aún no supiera por qué.

Cuando finalmente se acostó en la cama, el cansancio la venció y cayó en un sueño profundo. Sin embargo, no fue un descanso pacífico. Tan pronto como sus ojos se cerraron, el mundo a su alrededor comenzó a distorsionarse. Se encontraba sentada en una silla sobre un suelo cubierto de cenizas y sangre. A lo lejos, podía ver una figura borrosa que gritaba su nombre, pero el sonido era como un eco distante, desgarrador y lleno de desesperación.

Aylin trató de avanzar hacia la figura, pero sus pies estaban anclados al suelo, incapaces de moverse. Miró hacia abajo y vio que el suelo estaba agrietado, y en las fisuras brotaba un líquido oscuro y espeso. Sentía el calor del ambiente, mezclado con un frío interno que le helaba hasta los huesos. De pronto, el suelo bajo ella comenzó a moverse, como si estuviera vivo, respirando. Intentó gritar, pero su voz no salía. Las imágenes se fragmentaron, mostrándole rostros desconocidos y lugares que no reconocía, pero que despertaban en ella una sensación de pérdida y terror.

Cementerio para una mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora