La luz pálida de la mañana comenzaba a filtrarse a través de los ventanales altos, proyectando sombras largas sobre el mármol pulido del suelo. Aylin se estiró, aún algo desorientada por el sueño que no lograba recordar del todo, pero cuya sensación de angustia permanecía. Era temprano, pero la academia ya estaba despierta; Nostervale no descansaba, ni siquiera en tiempos de paz. Claro, si es que alguna vez la academia había conocido la verdadera paz.
Al salir de su habitación, se encontró con Eira esperándola, como era habitual. La brisa ligera, creada por los pequeños giros de la magia que emanaban de Eira, rozaron su rostro con suavidad. Eira siempre irradiaba una especie de vitalidad inquieta, una energía chispeante que iluminaba su alrededor. Sus ojos azul celeste brillaban con energía, reflejando una inocencia que a veces resultaba reconfortante para Aylin.
—¡Por fin! —exclamó Eira con una sonrisa brillante, sus ojos destellando con entusiasmo—. Pensé que te quedarías en cama todo el día.
Aylin le dedicó una mirada somnolienta mientras se ajustaba la correa de su espada. Eira siempre tenía esa capacidad para iluminar cualquier situación, por sombría que fuera.
—Dormí mal —respondió Aylin, aunque no sentía la necesidad de dar demasiadas explicaciones—. Pesadillas otra vez.
Eira hizo una mueca de simpatía, pero no insistió. Sabía que Aylin no era de hablar de sus problemas a la ligera. Juntas caminaron por los pasillos de piedra, entre otros estudiantes que ya se dirigían al campo de entrenamiento.
El aire fresco de la mañana le dio algo de claridad a Aylin mientras llegaban al campo. Los sonidos de espadas chocando y los gritos de los instructores se mezclaban con el crepitar de la magia en el ambiente. Por un lado, los estudiantes de agua practicaban con sus escudos llenos de líquido, moldeando el agua para reforzar las defensas o atacar con ella. Roana, como siempre, era la más destacada entre ellos.
Desde su posición, Aylin observaba a Roana, su porte recto y la seguridad con la que manejaba su escudo. Había algo en su presencia que la hacía inquebrantable, como si la magia del agua fluyera no solo en sus movimientos, sino en su misma esencia. Roana era conocida por ser una guerrera formidable.
—¡Aylin! —la voz de Roana la sacó de sus pensamientos. Vio a la guerrera de agua acercándose con una sonrisa sutil—. ¿Preparada para el entrenamiento de hoy?
Aylin esbozó una media sonrisa, sintiéndose un poco torpe bajo la mirada de Roana.
—Tanto como se puede estar —respondió con un encogimiento de hombros.
Roana asintió, evaluándola con una mirada serena.
Eira, por su parte, se enfocaba en su entrenamiento con el aire. Su capacidad para manipular el viento era sobresaliente; podía crear corrientes suaves para elevar objetos o formar ráfagas poderosas para desestabilizar a sus oponentes. Eira se movía como si estuviera bailando, esquivando los ataques con una sonrisa siempre presente en su rostro. Esa vitalidad que tanto la caracterizaba, reflejada en sus movimientos, hacía que todos los que la rodeaban se sintieran más livianos, como si con solo estar cerca de ella se pudieran olvidar de las tensiones de la guerra. A pesar de su naturaleza alegre, en combate Eira se transformaba, mostrando una precisión y concentración que hacían que sus compañeros la miraran con respeto.
—Hoy no estás en tu mejor forma, Aylin —dijo Eira, esbozando una media sonrisa mientras esquivaba uno de los ataques torpes de su amiga.
Aylin se encogió de hombros, tratando de no dejarse afectar. Su habilidad con la espada era decente, pero no podía evitar sentir la frustración de ser superada en el campo por aquellos con afinidades mágicas mucho más poderosas que la suya. El fuego que corría por sus venas no le ofrecía más que chispas, lo suficiente para encender una fogata, pero no para dominar los combates como muchos de los otros estudiantes de Zaradon, que podían hacer que sus espadas ardieran con el simple roce de su magia.
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Cementerio para una mariposa
FantasiQue mis alas se despegen de esta podredrumbre llamada mortalidad