Helaena.

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Es apenas un roce.

Es apenas el fantasma de una caricia, pero ella lo nota cuando inicia.

Puede sentirlo al otro lado de la inmensa habitación, mientras todos danzan y charlan con aparente alegría.

Puede sentir su ojo siguiéndola a través del atestado salón, como un halcón a su deliciosa presa.

Pero ella es un dragón.

Helaena no se interesa realmente por las actividades mundanas, pero tiene debilidad por los bailes de gala. Así que ella danza, ella deja que la guíen, que la hagan girar dramáticamente y que luego la levanten en susurro de faldas y trajes que se mueven en perfecta sincronía, como solo puede lograr la rígida aristocracia.

El mundo es brillante a su alrededor, y las risas son altas, casi genuinas. Todo se desdibuja, pero las joyas que llevan las nobles damas resplandecen, y la necesidad de eludir el toque humano se entumece para ella.

Y él todavía la observa a través del salón.

La sigue mientras uno y otro la invitan, pero no hace ningún movimiento. Y es casi decepcionante, así que ella sabe que es el momento de aumentar la apuesta, porque a pesar de que música es alta, es bellísima y le conmueve el alma, y de que las personas ríen, el aire es limpio y la noche es fresca, aún no tiene lo que quiere.

Y es a él.

Así que ella no lo mira devuelta. Ella va de mano en mano, como nunca lo hace en los días cotidianos, hasta que la Mesa Alta aparece y el príncipe Aegon, su prometido es visible en su rango de visión.

Es un juego que han jugado durante años, y resulta tácito.

Él observa, ella no. Él no se acerca, y ella juega con su paciencia, con los límites de lo que está bien y lo que no.

A pesar de las mejores opiniones de la corte, ella no es del todo indiferente a la vida humana. Y tampoco al romance. Es una adolescente, es una chica, y gusta de la adulación. Tan rara como resulta para el resto, se encuentra a sí misma ordinaria y común dentro de los parámetros de su Casa.

Pero todavía es una mujer. Y aún más allá, lo quiere a él.

Helaena se inclina, gira y saluda, se mueve al compás de la danza y ríe al mismo tiempo que los demás, para la complacencia de su padre, que eleva su copa y brinda en su dirección.

Ella aplaude, canta y baila, su vestido brilla y resplandece bajo la luces de las velas, y él la observa.

Hasta que Aegon baja a su pedido para ser su siguiente pareja de baile.

Es entonces cuando se entromete.

De pronto, su mano se cuela entre las suyas y él murmura una excusa para el príncipe.

Hay una burla implícita en el tono que usa antes de guiarla en la muchedumbre, que los observa disimuladamente, sin perderse ni un gesto.

"¿Me permite, princesa?" Y allí está, su voz de caramelo, repleta de indecencia, de promesas.

El largo cabello de plata cae como una cascada sobre sus hombros delgados, y su único ojo sonríe mientras ella se inclina y acepta.

Y luego está en sus brazos, girando y sonriendo porque finalmente obtiene lo que siempre ha querido.

El mundo se desvanece a su alrededor, mientras él la lleva alrededor de la habitación, y por un segundo, tan solo son ellos dos.

The House Of The Dragon. ‖ One Shorts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora