Cregan Targaryen.

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«La Reina ha muerto» se proclamó el día de su nacimiento, en medio sal, humo, tormentas y sangre.

«La Reina ha muerto, la Reina ha muerto. El que tenga oídos, que oiga; la Reina ha muerto» cantaron los mensajeros y capas doradas por toda la región.

En medio de una tempestad que arrasó con la flota de su padre, rasgando a su madre, abriéndola en canal. Así fue como llegó, por la puerta grande, por la infame.

Las campanas sonaron doce veces por él, y cincuenta por su madre. Lágrimas y risas. Lamentos y buenos deseos. Agridulce era el sabor de su llegada. Y de nada sirvió.

«Es una criatura débil y enfermiza, Su Majestad. No creo que sobreviva más de una semana» susurró el Maestre a su regio y devastado padre. La pérdida de la reina, su devota esposa, su leal confidente; su adorada amante, la mejor amiga de la infancia, hermana y madre, muerta por un niño con un pronóstico de vida tan largo como el de una hormiga. Ese día murió la Reina, ese día una parte del Rey se desvaneció.

—"Poned el huevo que eligió la Reina en su cuna día y noche, si los Dioses son misericordiosos, el calor del dragón le otorgará larga vida y valor. Ya le han quitado a su madre, no pueden llevárselo a él también, nadie es tan cruel" —ordenó a las comadronas esa noche, pero aún aquel fue un esfuerzo vano.

Junto a su cuerpo menudo y berreante, el huevo se pudrió cuando cayó la cuarta noche, como una flor marchita de invierno que se pudre en el largo verano.

Los rumores se expandieron por todo el reino. Las apuestas se cruzaron. Al otro lado del Gran Mar de Perlas, una celebración por la desdicha del rey se llevó a cabo.

Celtigar, Velaryon y Targaryen; ramas retorcidas de un mismo árbol podrido, envejecido y abusado. Eran familia, los lazos los unían desde la humeante, vieja y sagrada Valyria, pero poco o nada les importaba. Eran los últimos señores dragón, pero se despedazaban con alegría a la menor oportunidad. Tal vez por ello fue que La Maldición los azotó. Pero eso fue después, mucho después.

—«Yo también maté a mi madre» —le dijo su hermano menor un día sin venir a cuento, en el desayuno, mientras pinchaba el grasiento pecho de una golondrina que probablemente no comería —, padre dice que somos iguales, estamos manchados, somos unos Matasangre. Dice que sería mejor si fuéramos bastardos, porque entonces nadie nos prestaría atención, y podría deshacerse de nosotros, echarnos a las bosques para que los Otros o los perros se alimenten".

Tal vez era cierto. Tal vez por eso se llevaban tan bien. Tal vez por ello tenían debilidad por el otro. Porque eran diferentes al resto. Habían nacido de cadáveres, devorando a sus madres para salir a las bondades de un mundo que se horrorizaba ante su sola presencia. No había afecto por parte de su padre para ellos, todo su amor parecía haber muerto con la Reina Talya. Lo que el Rey había sido antes, ahora era tan solo un recuerdo lejano, una cáscara vacía que comía, meaba y bebía cual cerdo. El regio Rey de entonces, era ahora tan solo un sueño, una antigua visión mancillada por el tiempo.

El nuevo Rey era una sombra, y sus dos hijos menores, demonios que se alimentaban de la tragedia que era su vida. Eso era lo que todos decían. Eso era lo que en los pasillos, en las Casas nobles, en las cabañas empobrecidas y Casas de Placer, se murmuraba, pasando de boca en boca en las calles de la seda. Chiquillos con dientes afilados, rostros angulosos y aire de los Otros. Habían matado a sus madres, estaban podridos hasta las entrañas.

«El príncipe Daemon nació con cola y cuernos, y con ambos sexos, de hembra y macho, con escamas, colmillos y garras de dragón. Pero el Rey llamó a un Septon y a magos procedentes del Mar del Ocaso, de las viejas Tierras Sombrías y las islas del Mar de Jade, más allá de Asshai, para curarlo; lo limpiaron todo, menos el corazón, tan negro como una noche sin luna» susurraron en las calles que brotaban como hongos venenosos alrededor del castillo rojo, el día en que su hermano nació.

The House Of The Dragon. ‖ One Shorts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora