Aegon.

508 21 2
                                    

Su boca es tan suave como el más rico material de seda, pero lo besa como si estuviera llena del fuego del infierno.


Aegon se deshace bajo su toque, bajo sus labios de terciopelo, mientras el juego de luces que crea la chimenea tras ellos, le baña la pálida piel. Él respira rápido, traga y gime, mientras ella la besa y se mece sobre su rodilla, tan húmeda y resbalosa por sus jugos que él casi siente la necesidad de inclinarse y lamer hasta que su sabor quede grabado a fuego y sangre en su paladar.


Sus dedos son duros y al mismo tiempo suaves cuando lo toca por todas partes. Aegon no sabe dónde inicia él y dónde termina ella, pero le encanta, la enerva. Sus pequeños ruidos se sienten como si el cielo fuera a morir en su boca, pero sus ojos están llenos de pecado. Son del purpura más brillante, casi líquidos mientras la lujuria cruda avanza y crea una ilusión que casi lo hacen perderse en el océano de calma y afecto que es su cara. Él la deja subir y bajar a su antojo, tomándole con fuerza de la mandíbula, para luego dejar caricias en sus labios. La deja gemir y chillar por todo lo alto, para que cualquier persona con oídos en esa maldita fortaleza pueda escucharla. Él la elogia y la premia con dulces cadenas de toques en sus pliegues necesitados cuando ella lo toma sin quejas, a pesar del dolor que le causa la inflamación, el deseo que, como a él, está seguro de que le destroza las entrañas al crecer como una burbuja que amenaza con reventar en cualquier momento. Y ella lloriquea sobre su hombro, le clava las uñas en la espalda mientras él aguarda. Sus venas están llenas de fuego, de gasolina, de adrenalina que estalla y quema su bajo su piel. Él recoge sus pezones hinchados y bebe de ellos, tomando cada pequeña gota de leche. Él desliza los dedos arriba y abajo sobre su abultado vientre, que está lleno con el niño que ha puesto orgullosamente en ella.


Él la alienta mientras ella persigue su liberación sobre su rodilla, sus dedos y todo él, ondulando las caderas mientras lo empuja contra la oscuridad. Él solo tiene ojos para ella, orgulloso de verla perseguir su pico, de verla ir tras su propio placer como una prioridad. Ella toma lo que quiere, ella lo retuerce entre sus delgados dedos como arcilla, lo moldea su conveniencia y capricho, porque es la Reina. Es la definición de autoridad, de afecto, de lugar seguro. Ella le araña la espalda, le muerde la mandíbula, los labios y las mejillas. Ella clava sus uñas, echa raíces y lo despedaza a su antojo, pero no duele, porque es Rhaenyra, porque la ha prometido que nunca le hará daño. Y él le cree.


Él confía, él la sigue como un cachorro perdido al que un Dios ha tocado.


Ella se inclina y lo besa, en las clavículas, los pezones, la mandíbula y cualquier rincón que pueda alcanzar. Ella descarga su orgasmo en la ansiosa boca de Aegon, gimiendo mientras el clímax los azota como nunca ha hecho jamás.


Y entonces...entonces despierta.


Entonces despierta, y está ebrio.


Entonces despierta, y está solo.


Entonces despierta, y se da cuenta de que su bando ha ganado la guerra.


Y ella está muerta. Igual que Aemond. Igual que Helaena.


Hace mucho tiempo que todos lo están. Y, probablemente, pronto se reunirán. 

The House Of The Dragon. ‖ One Shorts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora