Tensión

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Son las seis y media de la mañana cuando Kevin abre los ojos. Normalmente se despierta cinco y media porque Diego prende la luz para vestirse y arreglarse, pero cuando voltea a ver a su cama se da cuenta que Diego sigue en la cama hecho bolita cuando ya debería estar por irse.

Kevin se levanta de la cama y va a moverlo para que se despierte. Está más dormido que la chingada, yendo en modo zombie solo porque sabe que su hermano es matadito y que si llega tarde a la escuela ya se anda infartando.

—Diego ya levántate, ya se te hizo tarde— Dice medio modorro, y por un momento ni se acuerda del pedote en el que su hermano está metido.

—Déjame wey, no voy a ir— Responde el menor separándose de su toque para acomodarse pegado a la pared, lo más lejos que puede de Kevin. —Me siento de la chingada.

—¿Qué tienes?

—Ganas de vomitar.

Es ahí cuando le cae el veinte a Kevin y se asusta, porque sabe que los primeros meses son difíciles y todo el estrés que aguantó el día anterior puede hacerle daño a su hermano y su bebé… bueno feto, al chile no sabe como referirse.

—¿Quieres que les diga a mis papás? —Pregunta sin saber que hacer.

Diego nomás asiente y Kevin sale de la habitación.

Memo y Lionel están en la sala, con pinta de no haber dormido nada si las ojeras le dicen algo, y eso le da coraje a Kevin, porque ¿ellos que pinche necesidad tienen de andarse preocupando por las pendejadas de su hermano que no se aguantó la calentura ni para ver que el pendejo de su novio se pusiera un condón o para él tomarse una post-day si tan urgido estaba? Claro que no está pensando en que los anticonceptivos fallan, y tampoco tiene idea de que su hermano sí se tomó la mentada pastillita cuando el condón se les rompió.

—Diego se siente mal, tiene nauseas.

Memo está que se lo lleva la chingada, porque sabe que cuidar a sus hijos es su responsabilidad y siente que le falló al menor de ellos, porque el que Diego no dijera de una que no quería ser padre ahorita o que sí quería significaba que para él era una decisión difícil, una que a la mejor y hasta iba a sufrir y él no quería eso para sus hijos, quería que tuvieran el camino llano y sin ninguna piedra que les entorpeciera el camino, y su Dieguito se había ido a poner enfrente el pinche Popocatépetl. Está tan de la chingada y emputado consigo mismo que ni llorar toda la noche le sirve, sigue encabronado y cuando sale de su estupor para voltear a ver el reloj del comedor, se encabrona más cuando ve la hora.

—Dile que se chinga. Que se levante, se arregle y se apure porque a la escuela no va a faltar.

Lionel reacciona diferente que Guillermo, quizá porque gestiona mejor sus emociones, quizá porque él ya pasó por dos embarazos y sabe lo que se siente. La razón que sea la correcta, lo lleva a querer hacerle las cosas más fáciles al menor de sus hijos.

—Que se duerma una hora más y llegue a la segunda hora.

—No, pues a la segunda hora si va a llegar, ya se tuvo que haber ido— Dice el rizado con claro tono de coraje.

—Guille entiéndelo…

—¿Qué le entiendo Lionel? ¿Qué le dimos la mano y nos agarró el pie? Él quiso abrir las piernas y ni siquiera cuidarse, que se chingue. Que afronte las consecuencias de lo que hace.

Las duras palabras que salen de la boca de su esposo hacen que algo dentro de él se encienda, algo que tiene que ver con un instinto de protección demasiado grande, demasiado visceral. Y sin embargo ama tanto a Guillermo que le lanza una advertencia antes de estallar. 

—Guillermo…

—Ya Lionel, en serio. No me restes autoridad.

Y es ahí donde explota.

—Pues vos no seas tan pelotudo.

Kevin ya ni dice nada, se da la vuelta y regresa a su recámara cuando se empiezan a pelear, lo que se siente de la verga, pues sus papás rara vez discuten.

Y resulta ser que no es el único que escuchó, pues Diego ya está levantado cuando regresa y cierra la puerta tras de él. Está sentado contemplando sus pies, pero al menos ya prendió la luz de la lampara.

El menor de los hermanos se siente de la chingada, no solo siente como si se hubiera subido a los juegos de la feria y todo le diera vueltas, sino que se siente solo, confundido, asustado. Daría lo que fuera por regresar a hace dos semanas, cuando pensaba que las nauseas eran culpa de la gastritis nerviosa que había desarrollado por culpa del estrés que le causaba la escuela en época de exámenes y que, como siempre, se iban a ir junto a los parciales.

El pedo estaba en que los parciales se acabaron y las nauseas y el cansancio no se iban, y peor aún, empezaron los antojos. Y no fue hasta que casi se puso a llorar por lo desesperado que estaba por comerse unas Chokis con un Danonino y un Boing de mango que Edson le dijo que mejor se hiciera la prueba de embarazo.

Edson… la noche anterior ya ni le había mandado mensaje de lo triste que se sentía; nomás quería que se lo tragara la tierra y no tener que decidir.

La mera neta son las ganas de verlo lo que hace que se levante para ir a la escuela, por mucho que solo está ahí sentado como pendejo viéndose los pies y tratando de que todo deje de darle vueltas.

Kevin, aún de malas, va al closet y saca el uniforme de su hermano para dejarlo a su lado en la cama. Al otro lado de la puerta la discusión ya subió de tono y está comenzando a llegar a los gritos, algo que nunca se ha escuchado con anterioridad en esa casa.

—Cámbiate.

Diego obedece tratando de hacer oídos sordos al pedote en el que metió a sus papás y por el que se están peleando como nunca antes.

—Tú no te enojes conmigo, carnal. —Le dice a su hermano cuando ya está agarrando su mochila para irse.

Afuera el cielo ya empezó a clarear, y con él el juicio de Kevin, que nomás atina a abrazar a su hermano y ponerse a chillar.

—Es que solo a ti se te ocurre, pendejo.

Afuera, Lionel y Guillermo se sienten tan lejanos uno del otro que solo les queda gritar en espera de ser escuchados.

—Deberías dar gracias de que es un hijo y no una enfermedad.

—¿Entonces tengo que celebrarle sus pendejadas?

—No pongas palabra en mi boca, te estoy diciendo que veas que pudo ser peor.

—¿Peor que qué? ¿Qué ver como mi hijo tiene que tener las cosas así de difíciles solo porque no pudimos protegerlo más?

Y es con eso con lo que los dos se dan cuenta que están subidos en el mismo barco, que los dos se sienten inútiles, que solo desean haber cuidado más a su hijo adolescente.

—No quiero pelear con vos, Guille. —Dice Lionel, que se siente herido por el actuar de su marido, pero que tampoco quiere dejarse llevar por la ira hasta un punto sin retorno.

—Yo tampoco contigo, pulga—Responde Memo, y el apodo es una declaración de paz —Voy a irme a trabajar y cuando regrese hablamos más tranquilos. Tu duérmete un ratito, que no pegamos ojo.

Ambos se van a su habitación, uno para vestirse, otro para dormir. Y mientras tanto, Diego sale de su habitación sintiendo tanta vergüenza por lo que está causando que ni se despide de sus papás. Solo va a la cocina a tomar un vaso de agua con hielo para ver si así se le pasan las nauseas y se va a la escuela con la mente puesta en ver a Edson, en que lo abrace y puedan hablar sobre lo que van a hacer, porque si Diego tiene seguro algo es que le vale putas vergas todo, que se quiere quedar con su bebé.

Abrazame muy fuerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora