Abrázame muy fuerte

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—¿Querés llevarte algo más? —Pregunta Leo cuando han terminado de guardar en una maleta algo de ropa y artículos personales de Diego.

Ya está puesta la mochila con todas las cosas de la escuela del morrillo. Dieguito se siente triste por el hecho de tener que dejar su casa y la mayoría de sus cosas, pero también entiende que es por su bien y el de sus bebés, que tiene que darle tiempo a su papá Memo de entender que con la forma en la que se está comportando solo lo está alejando y haciendo que todo en la familia se ponga tenso.

—Yo creo que nada más me voy a llevar unos libros y ya.

Llaman a la puerta, Leo se levanta y despeina los cabellos de su hijo antes de ir a abrir la puerta. Diego se queda eligiendo entre una pila de libros algo que llevarse.

—Señor Leo— Dice Edson apenas abren la puerta.

El morrillo se ve encabronado y lo que le sigue, lleva en su mano su teléfono y el de Diego.

—¿Pasó algo?

—En la escuela ya se enteraron de lo de los inges— Dice entregándole el teléfono de Di, que sigue suene y suene con los mensajes.

Leo revisa las notificaciones y al instante nota que hay mensajes bastante desagradables. No hay forma en que permita que su hijo sea tratado de esa manera, así que solo ayuda a su hijo y el novio de este a llevarse las cosas a casa de Edson para después salir hecho una furia a la escuela de ambos chicos.

Mientras tanto Diego desbloquea su teléfono y le da permiso a Edson de revisarlo para borrar los mensajes culeros y bloquear a los remitentes. Y mientras Álvarez se encarga de eso, Dieguito se recarga en su hombro y chilla en silencio, porque cada vez que las cosas se están tranquilizando sale una nueva chingadera por la cual preocuparse.

Edson suspira, eliminando el último mensaje para dejar solamente los comentarios de apoyo, lo que realmente su chaparrito bonito necesita leer.

Le deja el teléfono en las piernas y le da un beso en la coronilla. Se quedan en silencio un ratito ahí sentados, disfrutando de estar juntos y sintiendo como eso los calma un poco, pues Edson sigue emputado y Diego está triste, lo que a su vez hace que el mayor se enoje aún más.

—Me quiero salir de esa escuela— Dice Diego finalmente.

Edson lo despega de su hombro para poder verlo a los ojos, los cuales están enrojecidos y cristalinos a causa del llanto.

—No chaparro, no tiene caso. Es pedo nuestro y ya estamos viendo como arreglarlo. Los demás no tienen por qué meterse en nuestra vida. Si ni a tu papá lo dejaste meterse, menos nos tiene que importar lo que digan esa bola de pendejos.

Diego se le queda viendo, pero después vuelve a recargar su cabeza en el hombro de su pareja.

—Entonces ¿Cómo le hacemos para que no estén chingando? — Pregunta sin atreverse a levantar su rostro de donde estaba escondido.

—No me importa si tengo que partirle la madre a todos los que si quiera te vean feo, pero tú, el inge y el doc van a estar bien, chaparrito.Y ahora vente y me dices qué se te antoja de comer, que mi mamá no tarda en llegar.

-

Lionel y doña Lucía salen del colegio de sus hijos con una sensación extraña. Lograron arreglar algo de todo ese desmadre, porque a ninguno lo van a correr, ni siquiera a cambiar de salón a pesar de que no los van a dejar estar juntos. A demás la monjita directora les aseguró que quien moleste a Diego se va a ir suspendido sin aviso previo y eso es algo que agradecen, porque el pobre niño se fue huyendo del estrés en su casa como para que en la escuela tenga otro tanto.

Lo que los tiene sintiéndose raros fue que la monjita preguntara cuando se iban a casar Diego y Edson. Y la sorpresa fue mayor cuando ellos reclamaron diciendo que sus hijos no se iban a casar y la directora les explicó que los chicos habían dicho que era algo que sucedería.

—¿Vos sabés algo, Luci? —Pregunta Lionel cuando suben al auto del argentino para regresar a casa de los Álvarez.

—No, pero con lo pendejos que están nuestros chamacos, no se me hace raro que se quieran casar.

Lionel lo piensa un ratito y finalmente, cuando están frente a un semáforo en rojo suspira profundo y gira a ver a la mujer.

—La verdad es que no tengo tema con eso si es lo que Diego quiere, pero no quiero que lo haga porque piensa que tiene que hacerlo.

—No creo que sea por eso que lo hacen. Conozco a Omar, y por mucho que Diego fuera su primer noviecito, algo me decía que de una u otra forma se iba a atar a él de por vida, y ve, ya lo hicieron. El problema aquí es que nuestros hijos se quieren como solo quiere uno de adolescente: como pendejo.

Leo sonríe, porque así como Diego, él también estuvo enamorado de esa forma de su Guille. Por eso dejó su patria y a su familia del otro lado de América. Y valió la pena... o al menos lo había valido hasta antes de que Guillermo comenzara a comportarse como un imbécil.

—Habla con ellos ¿Sí? — Dice Leo cuando estaciona frente al edificio donde viven Edson y su mamá. Y bueno, donde vive Diego ahora también. —Yo después hablo con Diego.

Lucía le sonría y niega poquito.

—Ya mejor vele juntando para la barbacoa. A ustedes les toca pagar la boda.


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