Capitulo 60 II

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•~Ten cuidado de por quien floreces, pues le otorgas el poder de marchitarte•~

Groenlandia

Meghan

Un mes antes

Cuando era una niña, solía esconderme en mi propia habitación, solía imaginarme que aquellos demonios que me acechaban y buscaban, eran solo parte de un juego, de uno muy tonto.

Hasta que comenzaba a darme miedo.
Entendí que no era un juego cuando los golpes dolían de verdad y las heridas comenzaban a cicatrizar, quedandose ahí en mi piel, como una parte más de mi cuerpo.

Siempre sentí que algo no encajaba en mi. Que algo muy malo habitaba dentro de mi alma por los oscuros pensamientos que rebotaban por la noche en mi cabeza.
Me imaginaba rompiendo el cuello de aquellas personas, pasando cuchillos por sus brazos y cuerpo hasta verlos sangrar. Y sonreía ante esos pensamientos. Era lo que me hacía sobrellevar la situación.

Durante mucho tiempo creí tener una bestia encerrada en mi interior, un fuego que me consumía a paso lento sin hacerme arder de un todo.
Creí ser el yugo de mis enemigos y terminé imponiendo unas nuevas cadenas a mi corazón. Cadenas que por más que intento no caen, al contrario, se ciñen con fuerza a mi carne provocando dolor, ardor...

Han pasado algunos días desde la última vez que lo vi. No muchos para ser un periodo largo pero tampoco cortos para lograr olvidar.

No se si de verdad me ama o amó, o si solo fue un engaño más que no le costó tanto llevar a acabo, como los anteriores. Pero si se una cosa; No se daña a los que amas.

Me he dañado de muchas formas, me han dañado en sobremanera, pero creo y me atrevo a pensar, que en ninguna de aquellas veces he sentido un dolor igual o parecido.
¿Cual será la diferencia?

No he vuelto a llorar. Pero me he torturado bastante.
Me siento vacía, pero sin un hueco que llenar.
Me he torturado recordando sus besos. Me he torturado recordado su olor, recordando sus caricias. Me he torturado recordando todas esas veces que me sentí segura en los pétalos de una rosa inexistente, los cuales eran una maraña de mentiras sin rumbo fijo.

Si, yo me he torturado.
Pero más me ha torturado el saber que no puedo dejar de amarle.

La puerta de mi cuarto ha sido tocada tantas veces que no podría dar un número específico, he ignorado cada llamado, no me interesan las veces que mi hermano viene tratando de que coma algo, de que le diga aunque sea una oración completa. Por más que quiera esforzarme no puedo, no me importa.

Y así van pasando los siguientes dias, convirtiéndose miserables para mi. Me despierto, voy al baño, me ducho, vuelvo a dormir, despierto, observo la oscuridad del techo hasta que mis ojos vuelven a cerrarse.

No reconozco mi rostro ni mi aspecto cuando por accidente me veo en el espejo. He bajado de peso, no mucho pero si lo suficiente como para que se note, y no me gusta. Las ojeras son tan visibles que tampoco me gustan. Los pómulos se me marcan de una manera tan fea que mis ojos se encharcan. Y mi piel «Dios, mi piel». Siempre me había gustado mi rostro cuando no tenía ninguna gota de maquillaje sobre el, pero ahora luzco tan demacrada que he dejado de gustarme.

«Hasta donde he caído».

Los días vuelven a pasar y yo sigo igual, con un hueco en el alma y sin saber ni entender porque ya no hay como llenarlo.
Daniel tumbo la puerta de mi cuarto ayer, a patadas, entró con una bandeja llena de comida. No me apetecía nada por más hambre que tenía. Me resistí a comer y terminé amarrada en una silla, con las manos atadas y con Daniel metiéndome cucharadas de comida a la boca y juego, mucho jugo. Se lo agradecí y mis tripas que estuvieron a punto de gritar de hambre también.

FuckGirl, Forever (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora