introducción

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Nota (07/01/2024): Debido a ciertos comentarios tengo que poner esta advertencia para los nuevos lectores (y pido disculpas a los que se aventaron el fic sin una advertencia ENORME, aunque en los tags ya está dicho, pero es mi culpa pues sé que ya nadie suele leer los tags) en fin, no sé cómo encontraron esta historia, si les apareció, vienen de algún otro fic mío o simplemente lo encontraron en alguna lista de lectura, no importa, sin embargo he de decirles que si vienen buscando algo soft, lindo o con un FINAL FELIZ NO lo van a encontrar aquí, sigan buscando y por su bien físico y mental váyanse, no busquen algo que saben no quieren ni necesitan.

***

Fue un día normal, saliendo de la preparatoria a buena hora, pero sabe reconocer las ocasiones en las cuales la caga. Aquella vez, su error fue pasar por la biblioteca como la rata que es y perder el sentido del horario.

Por lo que ahora se encontraba de regreso a su casa en la cual probablemente su madre aún no llegaría, ya que al trabajar en la base como enfermera su horario es simplemente interminable. Nunca dejan de llegar heridos, ya sea por peleas entre mismos Bestias o porque algún humano tonto no supo leer las señales de peleas y terminó lastimado, o también por algún humano escapando de otra trata, llegando apenas a la base para poder morir.

En fin, su madre no tenía mucho descanso en estos días, y normalmente eso no es un problema ya que al trabajar más horas la paga es más, sin embargo, con la nueva intervención del Ministro Yagi al creer que darle más poder en la cámara a los humanos regularía el continuo crecimiento en la tasa de depresión y suicidios por mes, lo único que logró fue empeorar todo.

Pues aquella misma decisión sólo ocasionó que las Bestias ahora sí buscaran con fervor a los humanos hasta en la panadería para enseñarles su lugar. Claramente Izuku ya había tenido el placer de llamar la atención en una ocasión o varias, pero siempre fue pequeño y ágil, así que aquello le serviría para seguir siendo un buen cobarde mientras huía de sus problemas.

Llegando a la estación del metro, con la sensación apabullante del miedo incrustado en las orejas, olió el peligro. El olor de las Bestias era simplemente asqueroso, fuerte, dominante. Olía a sudor, meados, algún fluido extra y probablemente a corrida, las Bestias eran unos malditos enfermos del sexo, otro de los tantos rumores que corrían a sus alrededores.

Uno de los muchos rumores que deseaba jamás confirmar.

Sabía que estaba a algunos metros, entre los pilares rugosos y amplios, y eso solo servía para encogerse más en su lugar tratando de desaparecer en la gigante estación de trenes, ahí, su presencia era solitaria.

Apretó su enorme mochila amarillo patito entre sus brazos flacos, buscando protección ya que ahora el moverse de aquel lugar técnicamente neutral, iluminado y con probabilidades altas de que llegaran más personas, era un suicidio. Entre la multitud puedes conseguir paz.

Aunque con la experiencia aprendes que, muy de vez en cuando, estar en una multitud es mucho más doloroso que estar solo. Mientras que en la soledad no cuentas con nadie más que contigo mismo, en la multitud te decepcionas al confirmar que, de hecho, sólo cuentas contigo.

A la llegada de su tren su incipiente ataque de pánico se vió menguado, nada fuera de lo normal ocurrió en lo que restó del día. Lo único -lo peor- que le ocurrió fue que, al subir al vagón notó algo que lo hizo sollozar del terror:

El asqueroso olor que nadó en toda la estación minutos atrás se había adherido a su piel, a su cabello, bajo sus uñas. Lo más terrorífico sin dudas fue el poco contacto que tuvo con aquel aroma fétido y como, a pesar de ello, la peste se las ingenió para clavarse con vehemencia en su patética existencia.

Izuku sabía que fue su culpa, que él pudo evitarlo, que la había cagado. Pero no sabía cómo arreglar sus errores, le tenía tanto miedo al simple hecho de salir fuera sin su mamá que digerir la información sobre que ahora, de alguna forma, le pertenecía a una Bestia, era demasiado.

¿Realmente era su culpa? Sin duda. ¿Qué hacía a esas horas solo? Se lo buscó, probablemente andaba en malos pasos, probablemente era un buscapleitos, probablemente lo merecía.

Esa noche, al llegar a su casa, duró en lo que pronto se convirtieron duchas de hasta dos horas. Tallando con asco, con coraje su suave y pecosa piel de bebé, llena de pequeños granitos símbolo de la pubertad y la adolescencia.

Por más que limpiara, nunca estaría lo suficientemente limpio. La Bestia lo manchó para siempre.

Y, de nuevo, aquello fue solo el inicio de una larga tortura en la cual, ante todo, Izuku deseaba ver, aunque sea por una vez, el rostro de la Bestia que sin un pero dejó su asqueroso olor bien impregnado en su personas.

Si Izuku no podría ser libre y feliz, al menos quería saber.

Porque sí, la curiosidad mató al gato, pero el gato murió sabiendo.































humano || katsudekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora