Prólogo

13 1 0
                                    


Observo en las penumbras lo solitario que están los vestidores, o eso creía hasta que escuché el agua correr de una llave.
¡Hay alguien!
Me asomo para ver de quién se trata, y mi suficiencia es tan inmensa, que ideo de inmediato un plan.

Distraído pensando en mi plan, me espanto cuando el agua deja de correr, siendo mi señal de salir. Me apresuro en irme, no sin antes asegurarme de cerrar las puertas principales, dándole la única opción de irse por la puerta trasera que se conecta con el patio.

Me escondo en las afueras impacientándome cada segundo que marca el reloj, estaba a punto de desistir, hasta que lo veo salir muy arrogante quitándole las arrugas a su chaqueta, aparentando superioridad a su paso. Aventajándome de esto, lo agarro desprevenido, inmovilizándolo en el acto con mi navaja en su cuello, de hecho, mi predilecta para estos crímenes.

—¿Qué haces viejo? —pregunta temeroso, para después chillar por la presión que ejerzo en la navaja— Eres un bastardo rencoroso, no fue para tanto—lloriquea.

Hago más presión en mi agarre, provocando que gotas carmesíes se deslicen por su pálida piel, mientras que para mí era una maravilla ante mis ojos aquel color tan vibrante, para nuestro amigo era el fin de su existencia.

—Nos vemos en el infierno Steven, espérame tantito— me burlo. En su último suspiro intenta forcejear y por un mal tirón, la herida que solo expulsaba gotas se convirtió en una cascada carmesí.

—Perfecto. Casi aparenta un suicidio, por lo que acomodo su cuerpo con rabia, por tener que dejar otras de mis navajas favoritas por estos inservibles.

Estoy tan concentrado, que no escucho los pasos ni siento la presencia de alguien hasta que grita:

—¡¿QUÉ CARAJOS?!— se escandaliza horrorizado.

El juego macabro de un homicida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora