Las huellas de un huracán

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—Hijo, ayudame a poner la mesa.

—Dejalo mamá, el campeón del mundo puede rascarse el higo si tiene ganas.

—En esta casa, no.

Enzo se rió mientras veía el intercambio entre su madre y uno de sus hermanos. Obvio que ayudó a su mamá a llevar la cantidad impresionante de platos y todo lo que iban a usar. Dios, cuánta gente había ido a su casa en Navidad. También apenas llegó de Ezeiza, había mucha gente de su familia esperándolo y ni hablar de todas las personas que se acercaron a San Martín para saludarlo, como si fuera una especie de héroe nacional y así lo hicieron sentir. Incluso participó de un acto con Ezequiel Palacios donde le impresionó la cantidad de gente que había, aunque fue algo muy simple y no pasó mucho. A Julián lo habían paseado en un camión de bomberos, qué envidia.

Esa noche de Navidad era significativamente especial. No había un calor abrumador como otros años, no se había cortado la luz ni nada, y el aroma del asado mezclado con el fernet recién preparado mejoró todo ese ambiente. Le recordó un poco a sus amigos de la selección y pensó en lo mucho que ya los extrañaba. No quería pensar que en realidad extrañaba a alguien en particular.

Por supuesto que amaba estar ahí con su gente, pero una parte de él había quedado allá en Qatar y no estaba seguro superarlo. Enzo había creído que sí, que todo estaría bien, pero apenas habían pasado unos días y sentía que algo se le iba a desgarrar en su interior. Tal vez era su omega matándolo desde dentro porque extrañaba a su alfa pero esperaba que con el tiempo esa sensación desapareciera.

No quería pensar que cuando regresara a Portugal iba a estar solo, sin su familia, sin sus amigos, sin él...

Dio un respingo cuando su celular vibró en su bolsillo.

Era una llamada.

Una llamada de él.

Enzo dijo que iba a atender e ignoró las burlas de su familia que preguntaban quién era, si era alguno de la selección, que les pasara si era Messi quien lo llamaba, y que si era de nuevo Julian que no joda porque estaban por comer. Juli ya lo había llamado antes, pero esto era diferente. El corazón de Enzo se le paró cuando se alejó para poder hablar solo y atendió sin saber qué esperar, sería la primera vez que lo oía después de despedirse y no creyó que algo tan simple que hicieron mil veces lo iba a poner tan tenso.

—¿Hola?

Pasaron unos segundos hasta que por fin escuchó esa voz que le sacudió como un terremoto.

—Hola, bebé —dijo y la sonrisa que se formó en el rostro de Enzo podría haber iluminado todo el barrio—. ¿Todo bien? ¿Llamé en mal momento?

—No, no... —respondió intentando relajarse—. Estábamos por comer, colgamos en cocinar antes, pero ya tengo mi fernecito para brindar.

Emiliano se rió al otro lado del teléfono y eso le encantó. Dios, cómo lo extrañaba.

—Falta poquito para las doce, pero te llamé ahora por si colapsan las líneas.

Esta vez, fue Enzo el que se rió.

—Bueh, ¿en qué siglo vivís, loco? Argentina 1990.

—Che puede pasar —Emiliano se quejó pero también se estaba riendo—. Te van a querer llamar todos a las doce y no me vas a atender.

—Mmm... no sé, el único que me llamó por ahora fue Juli.

—¿Cómo está la arañita? Vi que tuvo alta joda allá en Calchín.

—Sí, aunque andaba medio raro... Creo que algo pasó con Lauti, pero me dijo que después me contaba.

—Qué raro, ellos andaban re bien.

Fuck you twice | Dibu Martínez x Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora