III. La infancia

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En todo buen pueblo que se precie de serlo, sus habitantes son conocidos por otro nombre distinto al recibido en la pila bautismal. Muchas veces este último está tan olvidado que si alguien preguntara en Santa Águeda por un tal Pedro, nadie sabría que se trataba del Peco, el herrero. Como era natural, sus hijos eran también Pecos y su mujer, Carolina, la Peca. Un sobrenombre que nada tiene que ver con el hecho de ser pecoso, sino con la pronunciación de su nombre siendo un infante. La familia de los Curas no tenía relación con ningún sacerdote, pero el tatarabuelo fue conocido por ser curandero y así surgió el apodo para él y sus descendientes. Otro más, de nombre Sancho, fue bautizado como el Cigarra por un convecino porque una vez lo escuchó cantar cuando venía de regreso de las minas. Uno podría estar horas indagando en el origen de los motes de pueblo, aunque con algunos sería imposible rastrear tantas generaciones en busca de una explicación. Son otra herencia, como una casa o un trozo de tierra, que la gente porta con orgullo como una forma de decir quiénes son, de dónde vienen.

Igno y Ciro también quisieron contribuir a esa tradición pero, para su descontento, el impacto conseguido fue mínimo. Inexistente. Solo ellos llamaban «Barba de heno» al maestro Enobarbo; los demás se referían a su persona simplemente como el maestro o, en raras ocasiones, el señorito o el capitalino. ¿Será que eso de los apodos solo funciona con quienes son oriundos del lugar?

De una edad imprecisa entre la cuarta y la quinta década, a Don Enobarbo no se le conocía más compañera de vida que la enseñanza. Era lo que por allí se conocía como un mozo viejo. Su pronunciada delgadez y su escasa estatura hacían que fuera fácil confundirlo entre los más mayores de sus alumnos de no ser por su abundante vello facial. Este era de un matiz rubicundo algo más claro que el de su cabeza medio calva.

Y ahora ese hombre menudo, cargado con su avejentado maletín de cuero, caminaba en dirección a Ciro, que estaba sentado en uno de los bancos de piedra frente a la ermita. Esperaba a que Igno terminara las clases, pero se dio cuenta de que tendría que aguantar la conversación de su antiguo maestro mientras el lento de su amigo no llegaba.

—Buenas tardes, señor —saludó tras ponerse en pie, como había hecho cuando era su alumno y él entraba al pequeño cuarto que hacía las veces de aula.

—Buenas tardes, Ribera. Este año sí coincidimos, qué gusto verle otra vez. Lo echo de menos en mi clase, ya sabe que era mi estudiante más prometedor.

—Muchas gracias, señor.

—¿Qué tal le va por la capital? Estoy seguro de que estando allí no se acordará de este pueblito perdido de la mano de Dios. —Acompañó el comentario con una sonrisa que Ciro solo supo calificar como petulante.

—Todo bien. Pero se equivoca, sí que echo de menos esto, no se imagina cuánto —le respondió a la vez que veía a Igno acercarse a ellos, con su morral de esparto colgado del hombro.

—Permítame dudarlo. —De nuevo ese gesto socarrón curvaba los labios del docente.

A Ciro se le acabó la paciencia. Mantuvo con rotundidad su mirada y, con todo el aplomo que pudo reunir, dijo:

—No, señor, no se lo permito. Santa Águeda es mi lugar. Si de mí dependiera no me habría ido nunca, así que no le permito que cuestione eso.

Igno, que acababa de llegar a su lado, no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa. El maestro Enobarbo por su parte pestañeó dos veces y, ante la imposibilidad de dar una buena respuesta, escogió la retirada como mejor estrategia:

—Que tengan buen verano, muchachos —balbuceó.

Cuando vieron que se había alejado lo suficiente, Igno comentó:

—Ciro, qué huevazos acabas de tener.

—Mira, el Barba de heno este será un maestro buenísimo, con mucha pasión y todo lo que él quiera, pero tiene comentarios muy impertinentes y eso lo sabemos todos. No me apetecía callarme esta vez. —Se encogió de hombros y añadió en tono de broma—: Además, ahora no soy su alumno, ya no me puede dar reglazos, ¿verdad?

Cuando solo queden recuerdos a carboncillo y ausenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora