Epílogo| Primera Parte

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Siete meses después

El féretro se encaminaba hacia la Iglesia.

Ésta se encontraba cerca del centro de Concord, achaparrada, gris e igual que siempre, con un campo al lado bordeado por un muro de piedra. Desde allí, no tardaron mucho en llegar a la parcela de Geoffrey Brown.

Era una tumba austera. No aparecía nada más que su nombre, las fechas de su nacimiento y defunción, y un versículo de la Biblia: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Sophie pensó que eso no decía nada. No había mención alguna al gran hombre que había sido su padre, ni a su oficio, ni siquiera a su bondad.

Su vida había quedado reducida a un bloque de piedra y una parcela en la hierba.

La enfermedad sucedió entre una estación y la otra. Rápido llegó, y rápido se lo llevó. Y ahora Sophie solo era capaz de pensar por cuánto tiempo lograría retener en su memoria el sonido de su voz. O el de su risa.

A su lado, su madre extendió un brazo alrededor de ella y tomó su mano.

—Estaremos bien — Susurró Sophie, intentando reconfortarla.

Paige y Agustine permanecían en silencio. No habían abierto la boca durante el entierro. Tan solo lloraban. Y cuando terminó, fueron una de las últimas en alejarse de la tumba. Annie quedó destrozada y decidió no asistir. Sophie fue la única que se quedó un rato más a solas junto a la lápida de su padre, sintiendo una abrumadora y solitaria tristeza en el pecho, consciente de que aquel irrevocable sentimiento la acompañaría por el resto de su vida. La herida jamás cicatrizaría. Jamás dejaría de supurar.

Despacio, colocó las flores amarillas que había recogido en el camino, y cuando ya se estaba alejando, oyó una voz familiar a sus espaldas.

—Sophie.

Se dio la vuelta, encontrándolo exactamente igual que la última vez que lo habia visto aquella noche en el ensayo de su fallida boda, más de medio año atrás.

Una sonrisa triste cruzó el rostro de Timothée.

—Hola.

Sophie no respondió.

—Lo siento mucho — Comenzó a decirle él, acercándose un poco — Cuando me enteré, los años se esfumaron por completo. De repente, volví a ser un niño, adorando como a un héroe al increíble padre que tenías.

Ella solo lo miraba, al tiempo que intentaba contener las lágrimas.

—Y no dudé ni un segundo en regresar — Continuó Timothée — Necesitaba verlas, asegurarme que estuvieran bien.

—Pues no lo estamos.

Los ojos de él brillaron con un verde débil y tormentoso.

—Lo sé. Lo siento

—Me dejaste sola — Agregó ella.

—Perdóname.

—Eres un estúpido egoísta — Le gruñó, pero enseguida se abalanzó hacia sus brazos y comenzó a sollozar en su pecho.

Odiaba el sentimiento que la embargaba cada vez que él estaba cerca suyo, y sus brazos la rodeaban, como si fueran un toldo bajo el que resguardarse en un día de tormenta. Podrían pasar años sin verse, pero Timothée siempre sería su lugar seguro en el mundo.

—Lo lamento, So — Él le susurraba una y otra vez en el pelo.

Sophie se permitió encogerse en sus brazos, inclinar la cabeza sobre su pecho, y dejar que la consolara.

—No pude despedirme — Sollozó, con el cuerpo temblando de pies a cabeza — No pude decirle adiós.

Timothée la sujetó con más fuerza, arrepintiéndose de cada segundo que no estuvo a su lado aliviando su dolor. Sophie continuó desahogándose en sus brazos por un rato, y cuando por fin encontró el aliento suficiente para hablar, las palabras brotaron de ella en un murmullo irregular:

—Me hubiera gustado que te despidieras.

Timothée no dijo nada.

—La carta que me dejaste esa noche... — Continuó hablando ella, enterrando el rostro en su pecho — Fue estúpido, pudiste habérmelo dicho en la cara.

Timothée la apartó un poco de él para mirarla a los ojos.

—Me hubieras odiado aún más — Le dijo, limpiándole una lágrima de la mejilla.

Sophie negó con la cabeza.

—No te odiaba. No seria capaz. Solo estaba enojada.

Los ojos de Timothée se iluminaron un poco.

—En aquel momento pensaba que Fred era lo mejor para tí — Admitió él — ... y yo solo estaba estorbando...

—Por eso decidiste por mí y te fuiste.

Él contrajo la boca en un gesto culpable.

—Algo así — Asintió — Estaba bastante confundido.

Sophie suspiró, alzando una mano para acariciarle el rostro.

—Te quiero — Le dijo — Eres parte de mi familia, Timmy. Eres parte de nosotras. Y si te confesé lo que sentía por tí esa noche, fue solo porque queria que lo supieras, no quería asustarte.

La confusión se reflejó en los rasgos de Timothée, mientras ella seguia hablando:

—No esperaba que dijeras ni hicieras nada. Tan solo quería decírtelo.

—Lo sé — Le dijo él.

—¿Entonces podemos... podemos seguir siendo amigos? — Le preguntó ella, y sus palabras sonaron como a una súplica.

Timothée guardó silencio.

—¿Podemos olvidar todo y volver a ser como éramos antes? — Insistió ella.

El tragó saliva, haciendo un esfuerzo tremendo por verbalizar las palabras.

—Si — Le dijo, sujetando su mano con fuerza — Claro que si, siempre.

Y entonces un dolor sordo se apoderó de su pecho, pero Sophie esbozó una sonrisa. Y entonces volvió a recargarse en él, y mientras lo hacía, pensó que así debería haber sido siempre, que jamás debió abrirle su corazón y confesarle su amor. Que algunos secretos es mejor guardarlos toda una vida. Y que haberlo besado, al fin y al cabo, le sirvió para darle un signo de puntuación a su historia, un punto final, una conclusión que llevaba esperando hace mucho tiempo.

Un final, que después de todo, la había liberado.

Un final, que después de todo, la había liberado

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Champagne Problems || Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora