2|Heart of glass

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El vestido que Sophie había escogido para la celebración de aquella noche era de corte clásico y simple, de líneas limpias y estilizadas, que se adecuaban con perfección a su figura. No era blanco, ese color lo estaba reservando para el sábado; sino que era de un color claro parecido al beige, con algunos detalles en dorado. Del peinado y maquillaje se había encargado el equipo de preparación de Emma, asi que procuró retocarse solo un poco los labios y nada más.

Se miró al espejo y sonrió satisfecha. Tras tantas horas de producción, pensó que se merecía un tentempié antes de dirigirse al lugar de la celebración, que se llevaría a cabo en la estancia de la familia de Fred. Salió del dormitorio y caminó a oscuras y en silencio por el pasillo, dirigiéndose al ala de planta baja en dirección a la cocina. Se suponía que ya no habría nadie en la casa, excepto por Timothée que sería su acompañante esa noche, y la señora Grady.

Al llegar al pie de la escalera, giró y chocó de frente contra un objeto sólido y se tambaleó hacia atrás. Soltó una exclamación de sorpresa e hizo aspavientos para recuperar el equilibrio. El dorso de su mano golpeó algo carnoso, y provocó otra exclamación que esta vez no era suya. Cuando empezó a caerse, se aferró a un pedazo de tela y oyó cómo el tejido se desgarraba mientras el objeto sólido (ahora con apariencia humana) se le desplomaba encima.

Sin aliento y con la cabeza latiéndole por el golpe que se había dado contra un escalón, quedó tirada como un muñeco de trapo. Aún aturdida y a oscuras, reconoció el cuerpo y el perfume de Timothée.

—¿Sophie? ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?

Inspiró hondo al sentir el peso de él aprisionándola contra los escalones.

—¿Estás bien? No te había visto... — Timothée se puso de lado y sus ojos se encontraron bajo la claridad de la luna que ingresaba por las ventanas de la cocina. El pulso de Sophie se desbocó.

—Estoy bien — Respondió sin quitarle los ojos de encima — Demasiado bien, de hecho.

Él se echó a reir.

—¿Qué?

Sophie tragó saliva con dificultad. Creyó haber pensado eso último.

—Nada, que te quites de encima.

—Si, si claro... He perdido el equilibrio. Y tú te apareciste de la nada. ¿Qué hacias en la oscuridad? Aguarda, deja que encienda la luz...

Sophie se quedó quieta, esperando a recobrar el aliento y el ritmo regular de los latidos de su corazón. Timothée encendió la luz del vestíbulo y ella cerró los ojos para protegerse de la claridad.

Él carraspeó, incómodo.

Sophie estaba tumbada en los escalones, con las piernas descubiertas, y el vestido un poco corrido, dejándose entrever un escote mucho más pronunciado. Llevaba las uñas de los pies pintadas de blanco, y Timothée prefirió concentrarse en esas uñas en lugar de sus piernas, o en cómo le sentaba el vestido o... en lo demás. Ella comenzó a incorporarse.

—Deja que te ayude.

Sophie lo rechazó con un gesto displicente, se sentó y se tocó la nuca.

—Dios, Timmy, ¿Cómo se te ocurre ir de puntillas por la casa?

—Yo no iba de puntillas. Caminaba. La que iba de puntillas eras tú.

—¡Por tu culpa casi me parto la cabeza!

El enfado de Timothée rápidamente se convirtió en preocupación.

—¿Te he hecho daño? Déjame ver...

Sin darle tiempo a esquivarlo, se acercó y le palpó con cuidado la nuca.

—Te has dado un buen golpe, pero no sangras.

Champagne Problems || Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora