CAPITULO 7 - MONSTER.

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Al día siguiente.

Emma.

La boca me sabe amargo, el estómago me arde y muevo la cabeza de un lado a otro. Las palmadas en la cara me exigen que me despierte encontrándome con el distorsionado rostro de Luciana Mitchells.

—¿Mamá? —pregunto.

La risa seguida del arranque de la aguja que tengo en el brazo me devuelve a la realidad.

—Despierta lindura —hablan a centímetros de mi rostro y aparto la mano que manosea uno de mis pechos—. Te la iba a meter, lástima que te necesiten arriba.

Me incorporan a las malas sacándome entre dos. Tengo un brazalete en el tobillo, estoy algo mareada, no tan dolorida, pero sí débil al punto que a duras penas puedo sostenerme cuando me llevan a un hueco aparte donde me arrancan la ropa y me arrojan un cepillo con una crema dental la cual tomo lavándome la boca rápidamente.

—Te queremos fresca para cuando llegue el momento de penetrarte —se relamen los labios helándome más— ¿Cuántos aguantarías? ¿Tres, cuatro?

Arroja un jabón y, acto seguido, suelta el chorro de agua fría que me tambalea.

Siento que mi piel respira, que la suciedad y el hedor se van dándome ánimos para no desfallecer. Tiritando de frío me devuelven al calabozo. Los presos fueron golpeados, unos están sangrando mientras que otros agonizan sacando las manos por las rejas.

Me tiran un uniforme y noto las cosas que traje a North Pole esparcidas por el suelo.

—¡Llegó la hora de trabajar! —espetan— ¡Vístete que el Underboss te quiere arriba!

Si me van a sacar quiere decir que hay posibilidades de escapar y por ello no alego. El verdugo sale y yo rápidamente recojo las primeras bragas que encuentro. Las extremidades me duelen cada vez que me muevo, pero es lo de menos. Lo importante es huir.

Meto los brazos en el uniforme negro con delantal; es corto, cosa que no apaga el frio que tengo en las piernas «No me van a ver temblando ni derrotada». Me pongo las medias bucaneras que nunca faltan en mi equipaje, me llegan más arriba de la rodilla y terminan en unas felpudas orejas de panda.

«Eres una inútil» «Una vergüenza» Sacudo la cabeza quitando esas palabras de mi cerebro. «No soy basura por pensar diferente», me repito. Débilmente busco mi neceser sacando la base que esparzo en mi cara tapando los golpes. Debo ser rápida antes de que vuelva y lo soy echándome sombra con brillos, rímel y un intenso labial rosa.

«Puedo lograrlo». Con los brazos temblorosos me ato el cabello en una coleta. Dejo todo de lado cuando vuelven por mí logrando que el verdugo gigante enarque una ceja.

—¿Qué? —pregunto— ¿El rosa no me queda?

El hombre rapado me empuja fuera de la celda, el viento helado se cuela a través de las ventanillas mientras camino casi remolcada. La luz matutina de la puerta que está sobre lo alto de la escalera se ve como un triunfo.

Subimos y entramos a un pasillo oscuro. La brisa me golpea cuando salgo a la luz; hay grandes pinos llenos de nieve a mi alrededor creando un desesperanzador entorno. Me siguen empujando guiándome a la enorme propiedad.

Las pocas personas que me encuentro no se molestan en mirarme, es como si esto fuera común o como si solo fuera una turista cualquiera a la que no hay que darle importancia. Hay hombres armados por todos lados, camionetas que entran y salen de distintos sitios. Se dan órdenes en ruso y muchos me recorren con miradas cargadas de morbo.

Ingresamos y una enorme cocina aparece despertando mi hambre. El verdugo patea un balde esparciendo el agua en el piso que limpia una joven con mi mismo uniforme. Le indica que se aparte en su idioma natal y esta se mueve rápido.

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