Ilenko.
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Miro el techo de la alcoba pensando en la lista de las cosas que he
callado, que me he negado a mostrar, no porque me avergüence, ni por miedo a las consecuencias; es porque tengo dos proverbios marcados. Una creencia que me ha acompañado desde niño.
Me acomodo detallando a la mujer que duerme a mi lado con una mano bajo el rostro. La tengo, me pertenece, pero eso no me sacia y siento que su cadena es demasiado liviana.
Abre los ojos sumiéndome en el azul de sus iris, ese tono único que solo cargan las Mitchels. Sería un idiota si le suelto los grilletes, si no la ato de las tres formas en la que puedes atar a una persona.
—Cuéntame un secreto tuyo —musito apartándole el cabello de la cara—. Algo de ti que no quieres que el mundo sepa.
Se queda en silencio por un par de minutos tratando de hallar la respuesta.
—Que puedo guardar si todo lo malo lo he hecho aquí y lo que no conoces ya lo averiguaste —contesta— o lo averiguarás.
El azul intenso es algo asombroso en la oscuridad.
—Sabes que hay algo más —la miro a los ojos—. Dímelo, que solo será algo entre tú y yo.
Necesito saberlo tanto como su cuñado necesita el cuerpo de su hermana para subsistir. Respira hondo acostándose sobre su espalda.
—Me gusta alguien y me gusta mucho, me atrajo desde que lo vi a través de la ranura de una puerta y no sabía quién era. Es una locura, pero lo deseo al punto de que me hace creer que hay algo malo en mí, ya que es ilógico lo que siento —revela—. Es sádico, es malo, es peligroso y todos me odiarán por no odiarlo, pero es inevitable que se me acelere el pecho cada que lo veo.
La dulce voz me acaricia los oídos.
—Mi definición de retorcida está en que me atraiga ese hombre y todos van a juzgarme por eso aunque haga mil cosas buenas —termina.
Absorbo sus palabras y si, es un secreto difícil, si fuera ella también lo guardaría porque el mundo nunca entenderá que a algunos les gusta lo malo.
El mundo nunca entenderá que el cielo está lleno de seres hermosos, pero en el infierno abundan los seres irresistibles.
—Maté a Maxi porque ya no lo soportaba —confieso y el miedo tiñe el azul—. Lo maté y no me dolió pese a que estuvo 18 años a mi lado.
Se mueve incómoda queriendo irse, pero la tomo dejándola en el mismo sitio.
—Mírame y escucha —susurro—. No contaré tus secretos, así que no huyas de los míos.
—Era tu hijo, una mierda, pero tu hijo —dice con la voz temblorosa.
—Mi hijo está en rehabilitación. Maxi no era más que un gusano con suerte el cual su madre desechó con una hora de nacido —le toco la cara—. Le di una oportunidad, pero solo me demostró la sabiduría de las leyes de la Bratva, las cuales nos hacen repudiar a los bastardos.
El silencio nos toma de nuevo recordando los hechos que siguen sin moverme.
—¿Qué hizo?
—Hablar con la mafia italiana, congeniar y confabular por el puesto del Underboss —me lleno de rabia—. Cuando las ratas quieren rebelarse en silencio simplemente las matas, porque si lo hacen una vez lo harán dos y él lo era. Su sangre viene de las ratas.
Me acuesto sobre mi espalda respirando hondo. Por culpa de la mafia italiana se inició toda esta guerra entre familias y ella lo sabe.
—Lo criaste, ¿Nunca lo quisiste aunque sea un poco?