Vladimir.
Inhalo con fuerza dejando que la cocaína entre en mi sistema, la luz del teléfono es lo único que ilumina el closet despertando a mi acompañante. La ventaja de tener alucinógenos de primera es que hace efecto de inmediato.
Te elevas, no hay voces, no hay culpas, no hay cargas.
—¿Quieres? —pregunto metiendo lo que queda — Es el ticket que te saca del infierno por un par de horas.
Me limpio la punta de la nariz, se ve asustada cosa que me gusta comprendiendo que drogado se cometen locuras y ninguno de los dos tiene un buen recuerdo de la última vez que me vio en este estado. De hecho, son pocos los que tienen un buen recuerdo mío así.
Dejo el brazo sobre sus hombros. «Emma James», hasta en la más asquerosa alcantarilla seguiría siendo un bonito reno de navidad, de esos a los que les pones luces viéndose tiernos en cualquier lado. Mientras que yo soy esa gárgola de iglesia a la que temes mirar por mucho tiempo ya que corres el riesgo de que cobre vida y te arranque los ojos.
—Eres mejor que esto —dice.
—No —contesto—. Yo no valgo nada pequeña puta, soy un asesino que
—el susurro se rompe en mis cuerdas vocales—... Que tiene todo, pero no recuerda qué se siente ser feliz... Nunca lo he sido.
—Todos valemos algo —espeta.
Sacudo la cabeza con tristeza.
— Como que no, ¿Has visto lo que vale un riñón en la deep web? —su carcajada es un sonido celestial— O para no ir muy lejos, te informo que yo compraría tu cabello para hacerme una peluca...
Le entra un ataque de risa y me gustaría algún día poder carcajearme también con tanta soltura, pero los recuerdos del pasado son demasiados crueles para darle paso a eso. Se limpia las lágrimas que le surgieron y la acerco más lidiando con la taquicardia que emerge por culpa del alucinógeno, por culpa del llanto reprimido que no suelto y lo mantengo dentro cargado de resentimiento.
Sigue riendo en mis brazos y la aprieto con fuerza recordando esa noche; la tormenta, las súplicas y los gritos de mi madre con el cañón del arma en su cabeza.
—Siempre odiaré este maldito mundo de porquería y la gente que lo habita —confieso—. Sin embargo, eso no quita que me sigas gustando tú, pequeña puta.
Guarda silencio mientras busco la manera de regular el ritmo cardíaco. Permanezco en medio de la euforia que merma la ansiedad por mínimos minutos.
—¿Estás bien? —pregunta.
El vértigo me tambalea pese a estar sentado, reparo mis palmas antes de dejarlas en sus piernas y no estoy siendo consciente; tan solo me estoy dejando llevar por el instinto masculino queriendo ser una persona normal. El tacto es gratificante debido al fervor que desprende su piel en lo que subo hasta toparme con su intimidad.
—Abre —pido—. Déjame...
Duda, pero cede; lo lógico es aceptar si es algo mutuo. Separa las piernas dejando que mis dedos largos toquen su líneas metiéndome por un lado del elástico. «Se siente bien». Busco su abertura terminando de sorber lo que tengo en la nariz, va avivando mis ganas, sin embargo, no logro que nos sintamos del todo cómodos.
—Duele —se queja cuando toco sus bordes—. Despacio...
Torno el movimiento más persuasivo tratando de que se relaje, pero se termina moviendo maltratándose más.
—¿No te gusto? —pregunto— ¿No me deseas?
—Si, pero...
—Mójate un poco más—pido perdido—, así no estabas la primera vez.