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—¿Cómo que aún no lo encuentran? —grité—. No pueden ser tan idiotas, no sirven para nada —le arrojé el porta lápices a uno de los empleados.

Tres semanas sin ver a esa escoria. No sé qué más hacer. No puedo reportarlo como desaparecido porque rápidamente podríam pedirme datos exactos. Me sorprendé demasiado cómo pudo escaparse sin identificación ni nada. No sé si está vivo, si está muerto.

Me desesperó muchísimo. Extraño a ese idiota orgulloso. Quiero ahorcarlo en cuanto lo vea, sea vivo o muerto. No... Muerto no.

—Pero, jefe, en serio, ya están dudando de nosotros por ir todos los días a consultar por las cámaras. Usted mismo vio las grabaciones —habló con miedo.

—¡Ya lo sé! —enloquecí nuevamente—. ¡Pero no se lo pudo tragar la tierra a ese...! —el celular de Min Ho sonó detrás de mí, era la trigésima vez que llamaban desde que él desapareció—. Salgan de aquí —dudaron en frente de mí— ¡Que desaparezcan! —saludaron y salieron corriendo.

Revolví mi cabello desordenado y miré él número por el cual llamaban. Nunca las contestó, pero esta vez, solo por esta puta vez contesté.

—Estimado cliente, hay una nueva promoción en... —corté.

Quise lanzar el celular lejos, pero ya lo había arreglado, no puedo romperlo nuevamente. El spam era insoportable y aún así tienen el descaro de seguir rompiendo mi cordura.

—¡Todo esto es tu maldita culpa! —revoleé cada una de los objetos que estaban sobre el escritorio.

Minho, estúpido prostituto, te crees capaz de hacerme ésto. En cuánto te tenga en mis manos estarás atado del cuello. Sí, una cadena pegada a la pared, eso lo va a mantener cerca de mí. Será mío, todo mío sin importar qué. Tengo que encontrarlo ya.

Tomé las llaves de mi coche y salí. Busqué en las noticias cualquier asunto. Mantenía la vista unos segundos en la pantalla y otros en la carretera.

En las noticias no hay noticias de ningún muerto en estos días que coincida con ese inútil. Solo eso me da la esperanza de encontrarlo. Pero no tengo pistas, no tengo nada, ¿cómo se escapó tan rápido?

Odio el vacío que me dejó. Nada me excita sí no es él. Nada me sirve, golpee a tantos y me corrí en ellos pero nada se sentía igual. Lo necesito, lo quiero poseer.

Perdido en mis pensamientos casi paso un semáforo en rojo. Frené en seco. La persona que venía detrás de mí tocó la bocina con fuerza y me gritó que tenga cuidado, sin insultarme. Observé el retrovisor con el rabillo del ojo. Una joven de cabello negro y corto conducía un coche simple. La conozco, mas no sé de dónde. Ella se percató de mí mirada, supongo, y me sonrió.

Esa sonrisa provocó un escalofrío en mí espalda. Era incómoda y alegre, no se sentía natural. Yo no lo sentía así y al contrario de lo que yo mismo esperaba, la ira aumentó.

Cuando el semáforo dio el color verde, aceleré. No me importaba chocar a cualquiera que se cruzara, aun sí fuera Minho... Sería genial, eso lo dejaría inmovilizado.

Una risa involuntaria salió de mis adentros y un calor se generó en mí cuerpo como respuesta.

—En cuanto pueda...—deslicé la pantalla del celular del "gran escritor".

Sus fotos estúpidas con la soberbia de Doona ocupaban un gran porcentaje de la memoria de su celular.

—¿Eras feliz? Ja, ja, ja —quería destrozarlo todo—. Te engañó conmigo un sinfín de veces... Tan ingenuo.

Llegue a la suite dónde estaba el cuarto en el que estuvo él. Se sentía tan vacío pero en realidad estaba desordenado y el olor a horrible que emanaba de allí. Había vidrios rotos. No deseo limpiar. Haré que él lo haga, se lo merece como castigo. Que lo limpie con la lengua, suplicando. Si...

El celular sonó nuevamente, pero esta vez se trataba del mío. Era Doona. No me sorprendió esa llamada, pero no le contesté. ¿Será la sexta o la décima vez que ella llama? No lo sé, no me interesa.

El teléfono siguió gritando mientras yo veía las grabaciones de mis encuentros sexuales con Minho. No puedo vivir sin ellas. Las necesito. Soy un adicto, un adicto a ese hombre.

—Agh, cuando lo encuentre debería hacerlo ver esto —tomé su celular y lo conecté a la computadora.

Transferí los vídeos a su carpeta principal. Tendrá en primer plano una buena cogida mía antes que a Doona.

—Qué hermoso te veías. El morado le sienta bien a tu piel. Debería pintarte así —lamí la pantalla apretando mí entrepierna.

Me estoy volviendo loco.

—Minho... Ah~ —gemí buscando su ropa. Ropa que no lave, quiero que mantengan su olor y que sólo se mezcle con el mío—. Sí, sé mío, todo mío.

Mis manos sé movian independientemente. Quiero estar dentro de él, quiero que reciba todo de mí. Todo, absolutamente todo.

Ante esa excitación surgió la tristeza. Mientras me masturbaba, lloraba.

Me abandonó.

Me dejó solo.

Me volvió un desquiciado.

Me... Obsesionó.

Lo necesito. Lo necesito más que a nada. Ahora, en este mismo instante. Quiero escucharlo llorar aceptando mí pene en su trasero.

Pero el que llora ahora soy yo, aceptando que fui abandonado.

Me corrí con las lágrimas recorriendo mí cara. Mirándome en el mismo espejo en el que lo obligaba a mirarse.

—¡¡¡Agh!!!—mí gritó retumbó en aquella habitación al escucharlo.

El celular otra vez. Lo tomé en mis manos y leí un mensaje de que decía: "La ubicación ha sido encontrada, toqué aquí".

—Por fin, ¡por fin! —grité exaltado.

Toqué el link debajo del correo. Automáticamente se descargó un archivo. El cual contenía una carpeta con un PDF. Ahí constantaba localizaciones de dónde estuvo Minho.

—Por fin hicieron algo bien —había contratado a investigadores privados para localizarlo. Estaba satisfecho.

Leí detenidamente las ubicaciones, todas estaban alrededor de la casa de Doona y de la Universidad. Pero, mis empleados jamás lo vieron en esa zona. Debe esconderse bien esa rata inmunda.

Me alisté casi de inmediato y volví a salir pero está vez el camino estaba decidido. Necesitaba ir a la Universidad para quebrantarlo mientras mandaba a mis trabajadores a espiar en la casa de Cheon.

Ya no le quedaba escapatoria. O era mío o estaba muerto.

Reí desenfrenado. Ya lo tenía. No se iba a escapar. Puedo matar a los dinosaurios solo por él. No me importa.

Hacerlo sufrir será poco.

SB: Diente de LeónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora