CAPITULO VIII

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Alejandra miro fijamente a la criatura que la acurrucaba junto a su pelaje. 

Era igual de inmenso que las demás bestias, pero su cuerpo era definitivamente diferente.

Con un pelaje tan negro como la tinta y ojos dorados parecidos a los de un leopardo, su cuerpo exudaba una atmosfera salvaje de un gran gato negro.

No pudo evitar observar como esa gigantesca criatura siseaba amenazadora justo en frente de su cara y pensó que esta vez definitivamente moriría.

Aquellos colmillos que eran tan grandes como sus manos, se mostraban amenazadoramente sobre sus ojos y estaba segura que podrían desgarrar su piel como mantequilla.

Parpadeo apática ante tal pensamiento y cerro los ojos con calma.

Estaba lista para ser devorada hasta la nada y solo esperaba que fuera una muerte rápida sin dolor.

La criatura lo notó y cómo si estuviera leyendo sus pensamientos, saco su gran lengua áspera y lamio todo su rostro desde el cuello hasta la sien.

Alejandra abrió los ojos sorprendida y no pudo evitar estremecerse del dolor.

Era como ser lijado con una lima áspera y ser humedecido al mismo tiempo con alcohol.

Por reflejo, intento apartarse, pero la criatura no le dio la oportunidad.

Con sus patas delanteras, sujeto su cuerpo y lamio cada una de sus heridas abiertas. 

Incluso, como si se tratase de un cachorro, acicalo gran parte de su cabello ensangrentado.

Alejandra pensó que estaba jugando consigo misma como una presa a la que devoraría lentamente e inconscientemente se enojo. 

¡Solo quería morir rápidamente!

Pero no importaba cuales fueran sus sentimientos, ya que aquella criatura le sobrepasaba por mucho y si quería lamerla o comerla, no podía hacer mas que rendirse y aceptar. 

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Había pasado una semana entera desde que Alejandra se encontraba encerrada junto a tres grandes lobos y un gato gigante.

El entumecimiento todavía seguía allí y sinceramente, aunque sabia que estaba mal, no quería volver a la normalidad porque sabia que se desmoronaría.

Podía seguir pretendiendo que no le afectaba convivir con huesos humanos sin ver la luz del día, ni que todos los días, los horribles gruñidos de las criaturas lobunas le hacían saber que si tuvieran la oportunidad, desgarrarían su carne y beberían su sangre.

La verdad, era que la única razón por la que seguía con vida era por aquel gato gigante, que desde el primer día, la trataba como una especie de juguete.

Todos los días, era la misma rutina; se despertaba con el gato acicalando su cabello hasta dejarlo completamente limpio.

En las tardes, lamia sus heridas que estaban comenzando a cicatrizar increíblemente rápido... y en las noches ronroneaba hasta que se quedara dormida.

Incluso se aseguraba de que se alimentara constantemente.   

Cada vez que llovía, la obligaba a tomar agua de los goteros del carruaje, y cuando se suponía que tenia que tener hambre, cazaba ratones e insectos para que los comiera.

Aunque no los tocaba, el gato siempre se encontraba observando cada uno de sus movimientos y gruñía cuando se negaba a alimentarse.

No podía entender sus intenciones, pero tampoco le interesaba conocerlas.

Latinoamericana En Un Mundo De CultivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora