CAPITULO I

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Me sentía una mierda.

Estaba cansada, mareada y el fuerte dolor de cabeza me estaba matando.

— Me quiero morir.

— Y que lo digas.

Conteste de manera automática hacia el repetitivo comentario de mi amiga y compañera de clase, Gabriela.

—Todo sería mejor si pudiéramos salir de este infierno llamado "Clase de emprendimiento" y decirle a la vieja bruja que deje de gritarnos....— Me toque la frente con frustración, no entendía el que ganaba la profesora de emprendimiento con regañar a los estúpidos estudiantes que, pronto, jamás volvería a ver en su amargada vida.

Al parecer, no era la única que estaba de acuerdo con mi comentario resentido, pues, al terminar mi oración, Gabriela se acercó aún más a mí putrite para seguir con la conversación. 

— Tal vez esta intentando desahogar su frustración con nosotros...— hizo una pausa para crear un suspenso tortuoso  y continuo— Escuche por ahí que estaba pasando por un divorcio extremadamente feroz y que aniquilo la mitad de sus ahorros para contratar un abogado.

Gabriela se río entre dientes al observar mi cara indignada, siempre le ha encanto ver al mundo arder y yo siendo su compinche, no era mucho mejor.

— ¿Cómo sabes todo eso?.— pregunte con apagada curiosidad, pero ella no lo notó inmediatamente.

Se acercó con su pesado asiento de madera hasta mi pupitre de metal, pero se congelo a mitad del camino cuando observó la palidez extrema en mi rostro.

Sin tratar de ocultar su estado desconcertado, un poco incomoda me pregunto:

— Ale, estas un poco pálida, ¿no?

Fingí una risa que hasta a mi me pareció antinatural, llevaba diciéndole a Gabriela desde el inicio de clases que me sentía horrible y que mi madre me había obligado a ir al colegio, pero como siempre, me ignoró olímpicamente al dejarse llevar por las novelas que leía en su celular.

Notando mi aspecto cada vez más miserable, Gabriela dejó de hablarme y se sentó a mi lado obedientemente preguntándome si quería ir a la enfermería o si quería beber un poco de agua para sentirme mejor.

Pero negué sus buenas intenciones.

Sabia que pronto la clase terminaría y que por fin podría irme a casa para buscar ayuda.

* RING*

Como predije, el maravilloso sonido del timbre acampanado sonó puntual y marcó el final de aquella clase agobiante.

Mire fijamente a mis compañeros;  todos ellos estaban emocionados, era fin de semana y faltaba poco para graduarnos del bachillerato, yo también me sentiría tan llena de vitalidad si mi cabeza no me estuviera matando actualmente.

Como animales en cautiverio que por fin obtuvieron su libertad, los adolescentes que tal vez jamás volvería a ver en mi vida salieron disparados de sus asientos, abarrotando la puerta del salón en un instante.

Acostumbrada a tal situación, guarde lentamente mis útiles escolares mientras luchaba con mi cabeza levemente entumecida.

Cuando la puerta por fin estuvo despejada, agarre las correas de mi mochila con fuerza mientras intentaba abrirme paso entre las masas de estudiantes que ocupaban cada rincón de mi visión.

Acelere el paso cuando noté los portones negros que daban hacia el exterior.

Cruzando el umbral, camine lo mas rapido que podía hasta llegar a la condenada parada de autobús. Espere pacientemente la ruta que siempre escogía con la cabeza adormecida, no podía esperar para llegar a casa.

Cada vez me sentía peor, mi cara pálida contrastaba con mi piel trigueña y mi dolor de cabeza era tal, que mis oídos zumbaban. Comencé a sospechar que este sería mi fin.

¿Debería pre- ordenar pan para mi funeral?

Me reí tontamente de mis pensamientos, fijé mi mirada en mis zapatos de cuero  y espere lo que creí una eternidad hasta que llegó el autobús con el número de mi ruta.

Era el típico autobús latinoamericano con decoraciones religiosas y música cumbia a todo volumen, la magnitud de estudiantes que se podían ver a través de las ventanas me hizo querer esperar al siguiente bus que pasara, pero lamentablemente no podía darme ese lujo.

Necesitaba llegar rápidamente a casa.

Resignada, subí sentándome en el primer asiento vacío que vi, era uno amarillo de discapacitados pero no creo que a nadie le importe que yo me siente en él cuando parezco que estoy a punto de partir al mas allá. 

No se cuanto tiempo pasó, pero el autobús que daba la ilusión de querer explotar, comenzó a adelgazar y la música cumbia que me atravesaba los tímpanos dejó de escucharse.

Fue justo en este momento en el que se subió un señor mayor de aproximadamente 1,60 de altura, vestía  una camiseta de Barcelona y pantalones tan anchos que parecía que se le iban a caer en cualquier momento; lo más llamativo en él, era el objeto no identificado que sostenía sospechosamente en su mano izquierda, envuelto descuidadamente en una bolsa negra.

El tipo observó de manera relajada a la multitud y comenzó a mover su boca de manera extraña. Estuve en blanco por unos minutos, ¿Era esta una nueva manera de vender caramelos en los autobuses? ¿Actuando con mímica?

Sacudí mi cabeza cuando mi visión se oscureció, parpadeé con fuerza por unos segundos y cuando volví a observar mi entorno con claridad, me percaté de que el pasajero frente a mi también estaba moviendo la boca de manera extraña, justo como el tipo sospechoso.

Una chispa vino a mi cerebro confuso y entendí inmediatamente lo que estaba pasando. No podía creerlo.

No podía escuchar nada.

Latinoamericana En Un Mundo De CultivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora