CAPITULO IX

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La terrible vista de la carne siendo desgarrada brutalmente por las fauces oscuras de una bestia furiosa era perturbadora.

El como la piel se estiraba por completo hasta convertirse en largas tiras de carne que se rompían finalmente por la tensión, le provocaba... una horrible sensación de felicidad.

El ver como se le arrebataba la vida de la peor manera a aquel bastardo inhumano que la había golpeado y arrojado al carruaje lleno de bestias, le causaba una extraña combinación de sentimientos que nunca antes había experimentado.

Por un lado, Alejandra se sentía terriblemente mal por disfrutar de su agonía y... por otro lado.

Se sentía más viva que nunca.

 — ¡No por favor!.—el grito aterrorizado del acompañante de Jayce desagarro el aire.— Nunca les he hecho daño... por favor!

Sin importar cuánto o de que manera suplicara, fue rodeado implacablemente por tres grandes lobos hambrientos que no poseían ni una pizca de bondad.

No tuvo que esperar mucho tiempo para que uno de ello se abalanzara sobre él y acabara con su patética vida en cuestión de segundos.

Desgarrando su piel y destrozando su cráneo, la sangre espesa se esparcía por todos lados como una regadera sin fin.

Alejandra se apoyó contra el carruaje mientras observaba aquel sangriento espectáculo y sus piernas se desplomaron en el suelo sin poder evitarlo.

Sostuvo su estómago que parecía querer partirse a la mitad y miró fijamente a los caninos que se veían felices destrozando sádicamente el cuerpo de otro ser humano.

Un extraño sonido salió de su garganta al ver como engullían sus órganos internos y al segundo siguiente, no pudo evitar que su boca estallara en arqueadas dolorosas.

Entrecerró los ojos intentado parar aquel malestar que la hacia sentir miserable, pero fue en vano.

No entendía el porque se sentía de esta manera, había disfrutado cada segundo de la horrible y dolorosa muerte de Jayce...

Pero ahora, que miraba de primera plana la muerte de alguien más, no sentía nada más que total repugnancia.

Repugnancia hacia ella... por poder disfrutar de algo tan atroz con demasiada tranquilidad.

Se abrazó a si misma intentando calmar los repentinos temblores que atacaban su cuerpo y se inclinó a un lado del carruaje para evitar vomitarse encima.

Su cuerpo se sentía sumamente asqueado y enfermo.

—... ¿Jayce?.—los gritos lejanos de bandidos resonaron a la distancia.

Pronto, pasos pesados y decenas de antorchas comenzaron a vislumbrarse a través de los arbustos conjuntos.

Al parecer, los gritos miserables de Jayce y su acompañante, habían despertado a toda la caravana de traficantes.

Alejandra comenzó a hiperventilar al darse cuenta de esto y su cuerpo ya de por si enfermizo, casi colapsó.

No podía, no, ni siquiera quería imaginar lo que pasaría si esos caníbales la encontraban junto al cuerpo irreconocible de Jayce.

Su estomago se retorció aún más al pensar en el pedazo faltante en la mejilla aquel niño de cabellos grises y se vómito encima debido al miedo.

Sus uñas quebradizas se enterraron en la tierra con fuerza y miró de soslayo los alrededores en busca de una salida.

Los lobos también habían notado la presencia de otros humanos y se estaban preparando para matar en la oscuridad.

— Oh dios mío.— el murmuro asombrado se convirtió en un grito a pulmón.— ¡Las bestias fueron liberadas, llamen al Maestro cultivador!

Latinoamericana En Un Mundo De CultivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora