5: Sinvergüenza

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El sol brillaba desde hace horas en el cielo, alumbraba todo lo que podía y calentaba con gusto cada parte de su piel, quemaba e iluminaba por igual, para que tarde o temprano cualquier piel descubierta y sin una pizca de bloqueador llegara roja a casa.

Como todos los días, Naruto se mantenía ocupado trabajando en la construcción, aguantando los gritos de su jefe ladrando órdenes a diestra y siniestra. Él no era el único que tenía ciertas ansias por irse a casa, la mayoría de los trabajadores ya miraban la hora esperando que la jornada acabase, no querían seguir, en especial porque el sol quería cocinarles la espalda a los que se hallaban en lo alto de la estructura.

Afortunadamente serían solo unos cuantos meses y ya, luego tendría que esperar algún otro proyecto para poder volver a enganchar en el trabajo, era a causa de eso que Naruto aprendió a ahorrar mucho el dinero y a gastar solo en lo indispensable, aunque hoy también gastaría en otra cosa.

Iría a comprar un regalo para Konohamaru, todavía no sabía exactamente qué cosa regalarle pero cuando estuvieran en la tienda lo averiguará, y para gusto de él, Sasuke lo acompañará, pues él también planea regalarle algo al niño.

Naruto también tenía intención de comprar algo de ropa, especialmente unos pantalones nuevos, solo tiene tres pantalones y el ultimo lo compró hace un año, y eso porque el anterior le quedaba chico.

Si pensaba en el regalo, quizás estaría bien regalarle algún reloj, o un balón, o un carro a control remoto, algo básico y que siempre emociona a un niño.

Regalarle algo a Konohamaru era una tradición para él, nunca tuvo padres, tampoco tiene hijos, así que solo puede vivir esa sensación con el pequeño travieso del pueblo. Después de todo, él también fue un pequeño travieso en sus tiempos.

-¡Dejemos así por hoy! – exclamó el superior que estaba chequeando la estructura – nos vemos mañana temprano.

Los suspiros de alivio no se hicieron esperar, todos empezaron a recoger sus cosas y los de arriba, empezaron a bajar por la estructura con cuidado de no resbalar y sufrir algún accidente.

Cuando Naruto hubo recogido todo, se fue a su casa.

Estaba emocionado, lo suficiente como para preparar algo rápido para comer, bañarse, vestirse y ponerse algo de perfume. Había elegido sus confiables jeans azules, junto a una camisa de mangas largas color vino y unos zapatos de corte alto, hasta el tobillo, color blanco.

Comió sus preciados fideos instantáneos que lo salvaban de cualquier apuro y fue al baño antes de chequear la hora. Al notar que solo quedaban diez minutos para la hora acordada con Sasuke, se lavó las manos y se guardó la billetera en el bolsillo del pantalón.

Se vio en el espejo por dos minutos y transcurrido ese tiempo se regañó a sí mismo por ser tan pretencioso y estarse arreglando tanto.

Ni que fuera a salir en una cita o algo así.

Se hace el tonto, pero la idea le pareció sumamente atractiva.

Finalmente aseguró las puertas y ventanas de su casa y caminó hasta la puerta del vecino, tocó, pero nadie le respondió, volvió a tocar el timbre y escuchó un lejano “ya voy” con cierto toque de obstinación.

La puerta fue abierta y Naruto abrió los ojos de más al ver la pintoresca escena frente a él, el hombre parado frente a él, con gotas de agua escurriéndose por su cuerpo, con su cabello mojado y echado hacia atrás y su rostro inmaculadamente pulcro, solo vestía una toalla color azul desde la cintura y más nada.

Naruto tragó saliva al verlo, podía ver claramente la cicatriz que le dejó aquella bala cerca del corazón, también podía ver lo fornido que era su cuerpo, sus brazos henchidos, sus abdominales marcados pero de aspecto suave, e inevitablemente sus ojos bajaron hasta el borde de la toalla. ¡Diablos, que tentador!

Mi nuevo vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora