◇ Capítulo No. 12 ◇

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 Cinco días pasaron desde que Zee regresó al seminario de esa misión en la que se embarcó con otros seis compañeros, pero con tantas cosas por organizar, tanta oración y sus penitencias autoimpuestas no tenía tiempo de ver a Saint, aunque bueno, tampoco estaba haciendo un gran esfuerzo por encontrarse con él. Parecía que lo estaba evitando, cualquiera hubiera dicho que se escondía de él como un completo cobarde.

Zee había dejado de usar el rosario colgado en su cuello porque no tenía el valor para mostrarse ante los ojos de los demás como si fuese una persona verdaderamente comprometida con la religión.

Fue algo traumático para él admitir que tenía deseos obscenos por Saint, por un joven cinco años menor que él, un hombre, alguien que se suponía estaba a su cuidado. ¡Peor aún! No dejaba de mentirle al padre Joss diciéndole que Saint cambió por completo y se encontraba meditando sobre sus acciones pasadas.

¿Quién era el peor en todo esto? ¡Él por supuesto!

Se hundió en todos los pecados que no creyó nunca cometer, se dejo arrastrar por emociones imperdonables dejándose dominar por una lujuria demoniaca que ahora le hacía tener erecciones casi todos los días.

—Señor. Sé que no podrás perdonarme, pero al menos te pido por el alma de Saint haz que me olvide, has que retome su vida al salir de aquí. Haz que vaya por el buen camino. Yo ya no tengo perdón. Dios mío, te ofrezco mi arrepentimiento sincero y...

Unos golpes muy fuertes en la puerta le hicieron interrumpir su oración abruptamente. Zee se apresuró en abrir, un monaguillo que ayudaba al padre Joss lo llamaba apresurándo.

—El padre Joss quiere verlo en su oficina. – dijo sin más.

—Enseguida voy— Zee tenía unos nervios terribles, no podía más con tanta culpa, no podía más con la responsabilidad tremenda de ayudar a Saint Suspiró, ya no podría hacerlo. Listo, iba a renunciar a lo que sea que el padre le pidiera si tenía que ver con Saint.

—Pasa, pasa— Joss lo apresuró y Zee se sentó en una de las sillas de madera frente a su escritorio.

—Padre ¿Me ha mandado a llamar?

—Sí. Sé que has estado haciendo mucha oración, perdón por interrumpir.

—No se preocupe.

—Muchacho, no sé ni cómo agradecerte todo lo que has conseguido con Saint, desde el principio supe que eras el indicado para acercarte a él y vaya que no me he equivocado.

—Gracias padre— Zee desviaba la mirada y apretaba las manos sobre sus piernas. Era muy vergonzoso recibir una felicitación cuando hizo todo lo contrario a lo que el padre pensaba.

—Se unió a las actividades de los chicos en retiro, ayudó a las tareas de jardinería a los otros seminaristas, estuvo en misa todos los días y no puedo estar más que complacido con su radical cambio de actitud.

Zee se quedó sin parpadear ¿En serio todo eso paso en mi ausencia? Pensó.

—Es grandioso— no atinaba más que a decir frases de dos palabras.

—Ahora esta empacando, su abuelo pasará por el mañana.

Para Zee esa noticia fue como un balde gigantesco lleno de agua helada cayendo sobre su cabeza.

—¿Saint se iba? Tuvo una extraña emoción recorriéndole el pecho y en cuanto dejó la oficina del padre se dirigió a la habitación de Saint, abrió la puerta sin llamar antes y vio al castaño colocando unas cuantas cosas dentro de la maleta.

—¿Te vas? Pregunto.

Saint se giró a verlo e hizo un gesto denotando molestia. Y regresó a lo que hacía "Empacar" y Zee cerró la puerta.

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