Capítulo 8

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Capítulo VIII: Evadiendo responsabilidades y humillando a tu primo en el proceso.

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Era una mañana soleada y tranquila en King's Landing. La Reina Alicent, se levantó temprano, con el buen humor plasmado en el rostro, sintiendo en su lecho el aroma a su Alfa y gozando del calor que las sábanas desprendían, como era costumbre Rhaenyra no se encontraba a su lado, pero era lo usual, era su dinámica típica. Una cosa era ser amantes, otra era restregárselo en la cara a la corte, alimentando los susurros del castillo. Su fiel sirvienta entró, sin hacer preguntas ni mirarla de forma extraña, solo le entregó el ya conocido té de luna, aquél que evitaría cualquier incidente no deseado de su amorío con Rhaenyra.

Su sirviente le habló mientras ella bebía a largos sorbos el té, informando que el baño estaba listo y que ella limpiaría y ventilaría el cuarto. Alicent asintió, estirando su cuerpo sin despegarse de la cama y sintiendo el común ardor en sus caderas.

Se bañó y vistió de la forma elegante y lujosa acorde a su posición, su dama de compañía le recordó que frente al Arciano estaba servido un delicioso desayuno para su familia, petición de su única hija; Helaena, quien le recomendó desayunar al aire libre junto con el resto de la familia antes de recibir al resto de nobles que llegarían proximamente para el torneo que se celebraría en su nombre.

Antes de siquiera poder hacer el afán de encaminarse fuera de sus aposentos, su leal sirvienta le habló entre afanes nerviosos.

— Mi reina, hay algo de lo que debo informarle antes de que rompa el ayuno.

— ¿Es Aegon, verdad? — preguntó sin pensarlo, ya acostumbrada a que su primogénito fuera el hijo conflictivo. Claramente el muchacho no se quedaría quieto en su cuarto cuando sabía que había una fiesta con mucho alcohol y diversión en la fortaleza. Alicent ya había maquinado un castigo coherente en su mente; duplicar las lecciones con el Maestre durante lo que quedaba de mes y darle tantas nalgadas con una cuchara de palo hasta que éste se rompiera. De antemano lo había asumido y ese muchachito malcriado no la tomaría por sorpresa. Fue una idiotez exponerse de tal manera al juntarse con tres Alfas mayores que él, pero asumió que, como Ser Criston no la interrumpió durante la noche, su hijo estaba bien.

Sin duda el hecho de que Aegon se escapara era algo que ella esperaba ocurriera, pero de todas formas reafirmaría su autoridad como Madre y Reina castigandolo por desobedecerla.

— Oh, no, su gracia, el príncipe Aegon no rompió su castigo en ningún momento, las sirvientas del joven príncipe han asegurado que no salió de su alcoba y que estaba durmiendo cuando lo fueron a despertar

— ¿A sí? ¿y qué es entonces?

— El príncipe Aemond y el príncipe Jacaerys se batieron a golpes en la madrugada, el príncipe Aemond ha quedado con su mejilla machacada y el príncipe Jacaerys ha quedado con el ojo morado, además ambos han perdido un par de dientes de leche en la pelea.

— ¡¿Y por qué motivo no se me dió aviso antes?! — habló indignada, encaminadose de forma firma dónde la sirvienta, preocupada en exceso de su dulce niño.

— Nadie lo supo hasta hoy en la mañana, su gracia, las sirvientas se enteraron al ir a despertar al príncipe Aemond y fue entonces que encontraron a los dos niños durmiendo en el suelo de la habitación de su hijo. Aparentemente ambos se noquearon mutuamente.

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