Alborotador

Capítulo 13

Capítulo XIII: Planes, promesas y un futuro juntos.

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Ridículo. Todo estaba siendo asquerosamente ridículo. Pasó de anhelar con todas sus fuerzas ser un bonito Omega mantenido, a querer sacar sus ojos con cucharas antes de seguir viéndose vestido y peinado de esa horrorosa forma.

Ni bien Aegon llegó a la fortaleza, espantando a la servidumbre y a los invitados que huyeron por la llegada de los dragones, él caminó por los jardines, deteniéndose de vez en cuando para respirar aire fresquito (que no había sentido en tres días por estar en una cueva) y se paseó como Pedro por su casa por el castillo buscando a su mamá (¡Por qué la fortaleza era su puta casa, maldita sea!), fue entonces que una horda, no menor, de sirvientas Omegas y betas lo interceptaron brutalmente en un pasillo y lo metieron a la fuerza al baño, Aegon se defendió golpeándolas con sus bestiales dildos, ¡se asustó mucho, no lo culpen! ¡No es su culpa haber noqueado a tres sirvientas con sus penes falsos! ¡Él era la víctima! Aún así las sirvientas no pararon de acosarlo hasta que lo tuvieron metido en una tina, lavándolo, probablemente unas tres horas, hasta que sintió su piel enrojecida por las insistentes manos que querían sacar hasta el último rastro de suciedad de su cuerpo.

Una sirvienta en particular, una vez él se había tranquilizado y las sirvientas les dejaban sutiles masajes para relajar sus tensos músculos por el celo, se dedicó a lavar y desenredar su cabello, haciendo que el joven entrara en un estado de somnolencia. Aegon debía admitir que las manos de la muchacha eran suaves y los masajes que le hacía en su cuero cabelludo lo relajaron de tal manera que terminó dormido de forma profunda por todo el cansancio acumulado. Grave error.

Horror. Pánico. Ira. Furia. Vergüenza.

Cuando despertó de su pequeña siesta, ya vestido y peinado como todo un principito Omega, entusiasmado se posó de pie frente al espejo de su habitación, para recibir la imagen con una expresión de absoluta indignación en su rostro, sintiendo el más puro horror al verse al espejo. Un vestidito verde ocre de terciopelo, con diseños de color amarillo pato, estaba adornando su cuerpo. Su cabello; peinado hacia atrás en tantas y tan complicadas trenzas que algunas incluso desafiaban la gravedad, y con tantos adornos entre sus hebras que parecía un… un… un ¡Un puto candelabro, ¿Qué mierda era eso?! ¡¿Quién fue la perra sarnosa que le hizo ese asqueroso peinado!?!

— Te ves hermoso, Egg — sonrió Helaena, aplaudiendo suavemente, mirándolo de forma tierna. Aegon ni siquiera había notado su presencia. No es como si la presencia de Helaena se notara, de todos modos.

— ¡¿Estás loca?! ¡Parezco un puto jarrón decorativo! ¡Mira! — gritó horrorizado, señalando su cabeza con ademanes histéricos —, ¡¿Y de dónde salió este vestido?! ¡Hace años que nosotros no usamos el verde!

— Los jarrones son lindos… — tarareo sonriente, con sus ojos mirándolo, pero con la vista desenfocada. Aegon supuso que su hermana nuevamente se perdió en su mente —. El vestido lo mandé a confeccionar el día que te presentaste como omega, me recuerda a los colores de un bonito insecto que Lady Baela me trajo de Pentos — dijo Helaena con su voz dulce y distraída, volviendo a enfocar la vista para mirar de forma cariñosa a su hermano —. Ese peinado tuyo es como las antenas de una mariposa, ¡Pareces una linda oruga verde que pronto será una hermosa mariposa! ¡Es un concepto muy moderno! ¡Te ves genial!

Aegon frunció el ceño y sus ojos se llenaron de lágrimas de rabia. No le interesaba parecerse a ningún insecto, por muy bonito que fuera. Aunque dudaba que las orugas fueran bonitas… Las orugas eran gordas y peludas, ¡¿Helaena le estaba diciendo gordo y peludo?! ¡Pero si él estaba todo flacucho y lampiño! Se sentía tan ridículo y quería deshacerse de aquel peinado lo más rápido posible. Se sentía humillado de todas las formas imaginables.