Capítulo 10 - Parte 1

44 1 0
                                    

El fin de semana se comenzaba a ir de nuevo. Ya era domingo y no sentía que hubiera hecho algo de provecho.

Terminamos de comer y me subí a mi habitación a seguir pintando el atardecer. Últimamente, me había dado mucho por ver los atardeceres y bueno, estaba intentando poner en práctica lo que había aprendido en mi curso de pintura. No estaba quedando tan mal después de todo; aunque claro nunca se vería tan de hermoso como se veía a simple vista. Pintar me daba hambre, solía siempre pintar o escribir con golosinas, pero por ciertas razones; lo había dejado. En verdad echaba de menos todo eso y se me hacía agua la boca solo de pensar en los postres que había preparado Sami para Jorge. Sabía que le robaríamos con la abue, así que nos preparó algunos para nosotras.

Esa es mi chica.

Baje a la cocina y me dirigí inmediatamente al refrigerador para prepararme un frappe y tomar una rebana de pastel que había, junto a unas galletas de chocolate por supuesto. ¿Cuándo dejare de amar estas galletas?

Son extremadamente deliciosas. Nunca.

A lo lejos escuche algunas voces que venían de la sala. No le preste mucha atención, aunque al salir casi me tropiezo con mi madre. Estaba sumamente molesta y estérica; estaba casi gritando en el teléfono y tenía una mirada que conocía muy bien. Las cosas al parecer no marchaban nada bien en su trabajo.

Preferí omitir decir algo y me apresure a caminar hacia las escaleras, pidiéndole al cielo que no volteara hacia mí.

— Emily. —chilló.

Maldición.

— Amm... ¿Pasa algo? —trague saliva.

— ¿Dónde está Samanta? —me enarcó una ceja.

¿Para qué quería a Sami? Claro está, que no es su persona favorita.

— Sami va a salir esta tarde, quizás ya se fue. —murmuré — Te dijo esta mañana que saldría. —se lo recordé.

— No puede largarse a la hora que se le dé la gana. Seguro está en su habitación. —musitó, pasando a mí lado.

¿Qué no me había escuchado?

Maldición. Solo esperaba a que Sami ya no estuviera en casa.

— Madre, déjala en paz. Sami no es una empleada en esta casa. —le dije alterada mientras la seguía por detrás.

Era totalmente inútil. Ella nunca me escuchaba.

— Madre. Por favor. —insistí.

Abrió de mala gana la puerta y la aventó. Sami puso los ojos como plato al verla entrar de esa forma.

Oh, no. Esto no va terminar bien.

— ¿Por qué le dijiste a Esteban que no me encontraba en casa? —chilló, fulminándola con la mirada.

¿Eh?

— Por qué no estaba claro está, ¿no? —musitó Sami, indefensa.

— No te hagas las chistosita conmigo. ¿Sabes lo que había esperado esa llamada, niña?

¿Por qué se ponía así? Solo era una llamada. Ha puesto a que podía llamarle de nuevo.

— Perdí el negocio de mi vida. Por tu culpa. —le grito, casi en frente de su cara.

— ¿Mi culpa? —sonó, ofendida. — ¿Acaso no pudo hablarle en su teléfono? —le enarcó una ceja, molesta.

— Mi teléfono estaba ocupado y por eso Mariel le dio ese estúpido número. —musitó — Pero claro, cómo vas a saber, ¿verdad?

TODO PARA NADA - PARTE 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora