▶9

291 44 44
                                    

La mañana del viernes fue tal vez la mañana más caótica que pudo llegar a tener estando junto a Yeosang, y ese hecho (sorprendentemente) no tenía que ver con el chico-hada.

En el instituto todos estaban preparándose para la temporada final de exámenes, que daría inicio el lunes próximo. Bajo otras circunstancias, Jongho también se hubiese pasado horas estudiando sin parar y buscando los recursos necesarios para lograr acertar en la mayor cantidad de preguntas. En su lugar, a la hora del almuerzo, que era cuando más se podía notar a los estudiantes cambiando sus actividades diarias por un plan de estudios, el pelinegro estaba sentado en la azotea comiéndose unos caramelos de café y grabando con su videocámara a Yeosang.

—¿Por qué no me lo puedes enseñar? Vamos —llevaba un rato pidiéndole que repitiera el truco del primer día que estuvieron allí. Yeosang se lo había negado con una desenfadada actitud—. ¡Por favor! Voy a apagar la cámara.
Hazlo.

—No puedo hacer el truco —dijo la última frase con duda. El que Jongho llamase a sus poderes mágicos, o lo que fueran, con la palabra "truco" aún le ponía incómodo.

El pelinegro no apago la videocámara. Se agachó y la colocó encima del muro, cuidando de que no se fuera a caer. Caminó hacia el rubio y le agarró del brazo.

—¿Y tampoco me puedes explicar porque no puedes hacerlo? —se sentaron con la espalda recostada al muro del otro lado. El sol estaba escondido detrás de unas nubes grisáceas, el clima era fresco sin llegar al punto de sentirse húmedo.
Yeosang estiró las piernas y dejó que su cabeza se inclinara hacia un lado.

—No tengo suficiente energía.

La respuesta, bastante deprimente, no sorprendió al pelinegro. En la última semana, esa había sido la frase que respondiera a las preguntas que le formulaba acerca de sus trucos mágicos. Yeosang se veía igual y, de alguna manera, estaba cambiando con una rapidez espantosa. Era como una flor que empieza a marchitarse y Jongho lo notaba, lo hacía con un miedo afilado que iba agrandando la herida de su corazón. El tiempo estaba corriendo. No podía evitar lo inevitable.

—¿Iremos por helado cuando terminen tus clases? —el rubio preguntó un momento antes de que la campana que marcaba el fin del receso repicara.

Jongho miro hacia la puerta. No fue necesario siquiera que lo pensara dos veces.

—Podemos ir ahora.

—¿En serio? —la sorpresa en la cara de Yeosang apenas significaba algo contra la alegría de saber que tendría helado más pronto de lo que esperaba.

—Vamos.

Hacían varios años que Jongho no se escabullía de la escuela. No es que haya sido un rebelde irresponsable, más bien todo lo contrario. Había tenido su época en la que prefería pasar el tiempo del instituto haciendo algo más. Explorar lugares remotos en el bosque, por ejemplo.

De alguna u otra forma, había llegado hasta este momento gracias a las veces en el pasado en las que creyó ciegamente que había algo más allá. Yeosang no era ni de cerca lo que él había imaginado que sería, era tal vez mejor que eso. Ahora no podía quedarse en el medio, debía llevarlo hasta el final para que tuviera sentido. Y lo conseguiría, de una forma u otra.
















La tormenta de la que su papá le había advertido llegó por la noche, llevándose hasta el más mínimo rastro de sueño que pudiera existir en el cuerpo del pelinegro. Se quedo toda la noche mirando la ventana, los truenos retumbaban y le provocaban espasmos involuntarios. Yeosang estaba dormido a menos de un metro de él.

Cuando logró que sus ojos se cerraran y su mente se relajarse un poco, tuvo una pesadilla. Ese fue el límite.

¿Qué estaba haciendo, tratando de dormir cuando la vida de alguien que amaba estaba en peligro? Se paró de la cama y se fue a la sala con pasos sigilosos, aunque sabía que despertar a Yeosang requeriría más que un leve ruido.

fairytale || jongsangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora