sensible|inexorable

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Si Harry Adara Katsaros tuviese que describirse con una palabra, definitivamente elegiría rotularse como sensible. Era sensible en toda la extensión y connotación de la palabra, desde lo emocional hasta lo perspicaz, porque si de algo sabía en profundidad era de sentir. Sentía el amor pero también el dolor, o la indulgencia que se disfrazaba en cariño. Sentía la subestimación, la nula fe que depositaban en él como alguien capaz, definitivamente sentía todo lo que pasaba a su alrededor, percibía cada mínima cosa que sus sentidos captaban cuando creían que no estaba allí, o cuando lo veían y aún así hacían, porque no concebían que ese tonto chico sensible pudiese entenderlos. Porque, ¿cómo van a mezclarse dos conceptos tan antitésicos? Lo sensible con lo estático, lo absolutamente empírico y directo, "lo positivizado", como había aprendido a entender. Claro que, en una interpretación sumamente subjetiva de Harry, todo el mundo olvida que hasta lo más rígido se interpreta, y él es experto en leer entre líneas, en llegar a lo que realmente todos quieren decir y hacer. Definitivamente, era sensible, y orgullosamente, porque era su cualidad más preciada.

En realidad, su calificación de "cualidad preciada" dependía pura y exclusivamente de su ánimo. Porque estaban esos momentos donde se paraba frente al espejo con ojos llorosos, examinando cada parte de su reflejo, cada milímetro de su cuerpo demasiado alto y grande, musculoso por naturaleza, redondeado y suave, dúctil, todo lo que había aprendido a odiar de forma inconsciente.

Harry Katsaros era sensible, muy, y estaba parado frente al espejo de su habitación luego de almorzar con sus padres, puntualmente con su madre, la mujer que más lo amaba, la que le repetía una y otra vez que estaba un poquito excedido de peso, que tenía que cuidarse para no perder la figura de su juventud.

Tenía apenas veintidós años, cuidaba "la figura de su juventud" desde los nueve, cuando comenzó a notarse su altura. ¿Qué tan jodido era eso?

-Pero estoy igual...- Musitó triste, a la nada misma, poniéndose de perfil para examinar su desnudez con ojo crítico. Un joven alto y precioso le devolvió el reflejo, una cascada de rulos de chocolate, brillosos y limpios, definidos, bien cuidados. Tatuajes, muchos de ellos, algunos compartidos, y uñas pintadas con diseños delicados y artísticos, suyos. Una boca gordita y rojiza, una nariz recta, unos ojos profundamente verdes que jamás se perdían un detalle, de nada, ni siquiera de su cuerpo bajo lupa. Él sabía, sabía bien que nada de lo que decía su madre era cierto, pero aún así...- Dios, mamá, ¿por qué?

Dirigió sus ojos al costado, a la pared que apoyaba el espejo, y lo hizo con toda la intención de sonreír y probar su punto, porque allí estaba su cable a tierra.

Argenis era su cable a tierra.

Fotos de Louis besando su abdomen, sus muslos, su culo incluso, manos tatuadas sosteniendo su cadera con algo de flacidez como si fuera lo más precioso. Fotos de Louis durmiendo escondido en su suave estómago, mordiendo sus piernas, abrazando y estrechando su cintura para marcarla aún más, haciéndolo ver como un reloj de arena. Fotos de Louis sosteniéndolo como una princesa, con un solo brazo, como una bolsa de papas y en sus hombros, como si fuera una pluma. Louis, siempre Louis.

evaísthitos kai adysópitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora