Parte 8 Solo

127 10 0
                                    

El complejo Spiker tiene un gimnasio asombroso.

Todos son fastidiados constantemente para que se mantengan en forma. No necesito que me fastidien, ni tampoco necesito un entrenador. Necesito que me dejen solo.

Corro en la pista interior. Prefiero correr descalzo. Las plantas de mis pies hacen un sonido diferente, nada como esas zapatillas para correr de trescientos dólares, crujiendo con el golpe que la goma hace con cada impacto. Mis pies son casi silenciosos.


Corro y luego tomo las pesas, hago abdominales y todo eso. Me gustan las pesas―son específicas. No hay vacilaciones en el levantamiento de pesas; levantas mancuernas de setenta libras sobre tu pecho o no lo haces. Sí o no, algo así.


Después de las pesas voy hacia la oscura, maloliente sala de al lado donde están los sacos de rapidez y de fuerza. El resto del gigante complejo del gimnasio está impecable, brillante y cubierto de pantallas.

La sala de boxeo −bueno, hay algo simplemente cutre sobre el deporte que sigue, incluso si el diseñador que contrataste insistió en usar un precioso tono verde azulado en las cuerdas del ring.


Pete está ahí, listo para irse.


A veces hago rondas con Pete. Pete es mayor que yo, quizás de unos veinticinco. Nunca le he preguntado. Pero él es uno de los frikis así que tendemos a llevarnos bien. Hablamos friki, o lo haríamos si no tuviéramos nuestras boquillas todas baboseadas y no nos estuviésemos pegando el uno al otro.


Pete no es tan rápido como yo, y luce más suave y esponjado que yo. Pero diablos, cuando conecta, sabes que has sido golpeado. Lo sabes y tienes que aceptarlo mientras tu cerebro gira dentro de tu cráneo tratando de reconectar todos sus circuitos.


Casi me encanta eso.


Es obviamente alocado que disfrute el ser golpeado. Pero lo disfruto. Recibes un fuerte golpe a un lado de tu cabeza, un golpe que te hace sentir que no estás usando un casco de combate siquiera, hace sonar la campana en tu oído, y luego regresas, ¿moviéndote aún? Para mí esos son unos de los mejores momentos de la vida.


Golpéame. No, quiero decir golpéame fuerte. Haz que mis rodillas se vuelvan pasta cocida.


¿Lo tomo y vuelvo con una combinación? Genial.

Estoy acabado y cubierto de sudor. Desde el cabello de mi cabeza hasta mis pies, mojado, brillante, jadeando, sonriendo, preocupado de si volveré a sentir el lado izquierdo de mi cara.


―Enclenque,―dice Pete.


―Debilucho―respondo.


―No me siento bien pegándole a niñas pequeñas.


―No te sientas mal, Pete. Mantente así y algún día podrás aprender a lanzar un golpe que de verdad noquee.


Con nuestro ritual de abuso concluido, hacemos una cita para pasado mañana.

Pete va a las duchas del gimnasio; yo voy a mi cuarto.

Eve & AdamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora