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(Especiales Culpa/Ácido)
Su rostro estaba aterrorizado. Inmediatamente, luego del trance, sintió el temor, la desesperación mezclarse y manifestarse en temblores y llanto. ¿Era verdad lo que sus ojos estaban mirando?
—Hey...
Retrocedió en cuanto ella se dió la vuelta y cubrió su cuerpo intentando protegerse. Estaba atónito.
—Dino.
Sus labios pronunciaron casi en cámara lenta. Con una tranquilidad que causaba desesperación en él. La situación era macabra, había una imagen brutal, tan irreal para sus ojos, y ella solo era capaz de actuar como si aquello no estuviera ahí. Dino quiso correr, escapar. Pero solo encontró un poco de aire para hablar.
—¡Aléjate! —gritó con lagrimas en sus ojos. —¡Mira lo que has hecho!
La aludida giro su rostro hacia la viva imagen de la muerte, y en cuestión de segundos regreso su atención a un aterrorizado Dino quien no podía contener su escandaloso llanto. La pelinegra dio un paso al frente, acercándose al chico, aún cuando éste le gritaba que se alejara.
La mujer continuó acercándose, acorralando a Dino por fin en la pared despintada que no guiaba a ninguna salida. Levantó su dedo lentamente y señaló aquello que tenía helado al otro. El cuerpo inerte, sin vida, cruelmente asesinado de otra persona que había dejado a sus espaldas y quién yacia sobre el suelo en un mar de sangre fue lo que ella apunto con sus dedos teñidos de rojo, sin alejar la mirada vacía y malisiosa del joven. Y con aquella voz indiferente que la caracterizaba le susurró en el rostro;
—Lo que hicimos, Dino...
Su corazón bombeo con fuerza. Esas palabras llevaban un filo en ellas. Casi como el filo de aquel cuchillo que momentos atrás había acariciado lenta y cruelmente el cuello de otra persona. El mismo que acto seguido se había clavado en el pecho de la misma, con rabia y rencor. Las palabras que habían sido pronunciadas llevaban un peso, una responsabilidad que abrumaba. Era una pesadilla estar rodeado de sangre, de tenerla sobre el rostro, las manos y la ropa. De haber sido testigo y ahora... cómplice.
