Narra Murad.
Estambul, mi capital. Corazón de mi imperio, majestuoso relucia en el silencio de la noche, en el reflejo del brillo lunar. Ser Sultán no era algo que realmente se pudiera disfrutar, aquellos beneficios únicamente se reducían a dos cosas, poder y placer. Y luego estaba la cruda realidad, miles de vidas, dependían de mi, ese imperio dependía de mi, para continuar igual de fuerte desde el reinado del Sultán Suleiman. Necesitaba cuánto antes ir a las campañas militares, porque aún cuando yo estaba sentado en ese trono, no sentía que todos me reconocieran cómo Sultán.
Mi querida y admirable abuela, Hurrem, era la principal guía de mi camino. No solo era una mujer fuerte y admirable, sino también sabía, ella había contemplado los altibajos de mi abuelo y luego los de mi padre. Ella tenía en sus manos el conocimiento de los años, estaba seguro que a su lado, dejaría mi nombre grabado no solo en las memorias de mis súbditos y el mundo, sino en toda la historia. Sin embargo también tenía otros deberes que cumplir, necesitaba un heredero cuánto antes, uno no. Muchos herederos, necesitaba asegurarme que mi sangre perpetuara. Porque si Alah decidía llevarme en el momento menos propicio, quería que mi descendencia continuará en el poder, no uno de mis tíos...A quienes respetaba mucho, pero no por eso quería que se apropiaran de lo mio. Y ese trono, con sus desdichas y alegrías, beneficios y sacrificios, era mío. Nadie me lo arrebataría.
Por esa razón mandé a llamar a Ayse, no sentía nada especial por ella, solo era más simple concretar el acto. Porque ya me conocía, sabía lo que esperaba de una mujer, iniciar con otra nueva concubina, lo sentía no solo innecesario por el momento, sino molesto. Una vez que Ayse quedará embarazada de mi hijo, entonces podría probar con otra concubina. Cuando me di vuelta la vi de rodillas como siempre esperando que me acercara, sin embargo esa vez no solo cubría su rostro con un velo rojo, sino que no levantaba su mirada, algo muy diferente a como solía comportarse.
No es como que me fijara mucho en su rostro, en sus ojos, pero aún así siempre podía sentir como ella me observaba y rogaba por un cruce de miradas, por eso no conseguía entender porque actuaba de esa manera...Tan sumisa, esquiva, distante. No dije nada, quizá lo sabría cuando fuéramos a la cama, tome su menton en mi mano a través del velo. Logrando que se pusiera en pie. Los músicos comenzaron a tocar, había mandado a construir un pequeño cuarto junto al mío, para que los músicos se escucharan, pero no tuvieran que estar en la misma habitación. Era muy receloso con mi privacidad en los aposentos, por lo tanto pedí músicos mudos, que nunca pudieran decir lo que llegarán a oír alguna vez. Aunque ellos de igual modo sabían lo qocurriría, si decían algo.
Entonces comenzó a cantar, una voz melodiosa y suave comenzó a ser escuchada, junto con unos movimientos muy diferentes a lo habitual. Los movimientos de sus caderas solo eran un detalle extra, ante él movimiento de sus brazos, que con tanta delicadeza y seducción se movían como armas en un campo de batalla, intentando ganar.
El rojo se paseaba por su cuerpo con la suavidad de mil plumas, pero también con la intensidad de mil espadas. No parecía estar bailando una danza que le habían enseñado los eunucos del harem, parecía de alguna extraña manera, bailar como el fuego de su interior le indicaba, como la pasión de sus venas le gritaba, y ver ese baile logró también alterar mi interior. Lo único que me molestaba, era su mirada. Esa mirada antes tan fácil de conseguir, esa noche en la que finalmente estaba bailando con una gracia para nada fingida, permanecía tan distante. Esos ojos estaban tan cerca, y a la vez tan lejos.
Veía la danza de Ayse, más por hábito que por interés, era una forma de hacerla sentir especial aunque no lo fuera. Pero esa noche no conseguía quitarle la mirada de encima, cada paso, cada movimiento no solo era el indicado, el perfecto. Era como si los rayos lunares y el brillo del cielo estrellado hubieran confabulado para hipnotizarme y no poder apartarme de la escencia embriagadora que desprendía.
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Las Hermanas de la dinastía. (continuación de Manisa tierra de amor prohibido)
Ficção HistóricaKosem, Neylan y Osmán, hijos de la recordada traidora Mahidevran, tomaron caminos separados en su niñez por orden del Sultán. Crecieron en soledad y desprecio, intentando sobrevivir. Años después el Sultán Mehmed murió, y el principe Murad, hijo de...