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Ante la mirada atónita de Luciana, Marcelo esquivó ágilmente los labios de su ex y aceleró el paso hacia su mesa.

—Natalia, por favor, ¡contrólate! O te vas a ganar una cachetada —la regañó Patricio.

Natalia se lo imaginó dándole una nalgada y le gustó. Pero no era momento de pensar en fantasías sexuales o en otra cosa que no fuera volver a enamorar a Marcelo, por lo que ignoró a su acompañante y salió corriendo hacia la tarima. 

Antes de que la banda empezara a tocar otra canción o pudiera reaccionar de algún modo, Natalia le quitó el micrófono a la cantante y exclamó—: ¡Marcelo! ¿Por qué ya no me quieres? ¿Te volviste gay o qué? 

Se escuchaban risas por todo el lugar, mientras Patricio se acercó a ella y trató de hacerla entrar en razón.

—¡Natalia! ¡Bájate de ahí ya!

—¿Acaso no te acuerdas de lo mucho que te gustaban estas? —Y sin soltar el micrófono, la mujer se subió la blusa con todo y sostén y dejó sus senos al aire.

Algunas personas soltaron la carcajada, unas mujeres tapaban los ojos de sus parejas mientras que algunos solteros le decían "¡Quítate el resto, mamacita!".

—¡No más, Natalia! ¡Que no eres una stripper! —Patricio le halaba el brazo tratando de sacarla de su miseria.

—¡Suéltame! —Sacudió su brazo y se soltó del hombre, pero él la volvió a agarrar y empezó a bajarla de la tarima.

—Perdón, que pena, es esquizofrénica y además está borracha —decía Patricio a todos los presentes.

—¡Marcelo, mi amor! ¡Yo te amo! ¿Escuchaste? ¡Tienes que volver conmigo, ella no te va a dar el asterisco!

La gente soltó una estruendosa carcajada, mientras Marcelo y Luciana pagaban la cuenta a toda prisa para poder huir de ahí. 

La loca acosadora stripper improvisada se fue llorando y chillando todo el camino hasta su mesa, lamentándose por su fracaso amoroso.

—¡Ay, Marcelo! ¿Por qué te puse los cachos? —berreaba mientras la mesera se acercaba a ellos cual ave de rapiña pues no quería correr el riesgo de que los locos se fueran sin pagar la cuenta.

—Son cuatrocientos cuarenta y nueve mil pesos —le dijo a Patricio.

La cifra casi le da un infarto. Por suerte para él, ella se había ofrecido a pagar la cuenta.

—¡Debí haberle dado chiquito cuando me lo pidió! 

Pero ella estaba tan concentrada en sus lamentos que no prestaba atención a nada de lo que pasaba al rededor.

—Natalia, la señorita está esperando que pagues la cuenta...

—¡Debí proponerle hacer un trío!

Marcelo miró a la mesera apenado. A esas alturas a ella también le daba un poco de pesar la situación de él, pero tenía que cobrar la cuenta.

—Si quiere, pague usted la cuenta y ya mañana cuando esté sobria arregla con ella. 

Si esa mujer supiera lo que eso significaba para él. Ni siquiera estaba seguro de tener esa cantidad reuniendo todas sus tarjetas, y casi con una total certeza podría decir que tendría que sobregirarlas.

Miró a Natalia quién seguía lamentándose y chillando y no se daría cuenta si una estampida de animales se aproximaba a ella. Tomó su bolso. ¿Qué podía perder? Ella ya se había ofrecido a pagar todo, y con tanto Martini tenía que ser consciente del valor de la cuenta. Buscó su billetera y en ella sus tarjetas. Platino. ¿Los psicólogos ganaban tanto? A lo mejor se había equivocado estudiando ingeniería de petróleos.

A un Martini del desastre - ONCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora