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Si hubiera pedido carne en lugar de espagueti, al menos habría tenido un cuchillo dentado para cortarse las venas. O cortárselas a él. O a cualquier persona, solo para crear una distracción y darle fin a esa nefasta cita a ciegas.

Maldijo no tener amigas con las cuales armar un plan de escape; alguien que la llamara aludiendo alguna emergencia ficticia con la que pudiera levantarse y simplemente decir: —Lo siento, acaban de avisarme que mi perro está a punto de suicidarse... —, y salir corriendo.

No. Nadie la iba a llamar, porque no tenía amigas ni perro. Volvió a pensar en lo del cuchillo. ¿Dolería mucho cortarse las venas con un cuchillo para mantequilla?

—...entonces la gente cree que Batman soltó a Superman solo porque el otro gritó "¡Estás dejando morir a Martha!" y claro que no es por eso... —dijo Patricio y se llevó a la boca el último trozo de pan que tenía en la mano.

—Ah. ¿No? —respondió Natalia. ¿Por qué? Porque era idiota y no era capaz de quedarse callada para que su cita de Tinder guardara silencio y no hablara más de temas ñoños. Por eso.

Mmmno —continuó Patricio, ahora con la boca llena—. EspoqueseviorrreflejadoenSuberman—. Tragó para exponer su argumento más claramente—. Obvio. Tú deberías saberlo. ¿No eres psiquiatra?

—Psicóloga.

—Ah, por eso. ¿Los psicólogos no están analizando todo el tiempo a los personajes de las películas?

Natalia arrugó un poco los ojos, evitando con todas sus fuerzas ponerlos en blanco.

—No vi la película.

—Ah, pero supongo que también te pasa con la gente del día a día. Estoy segurísimo que en este mismo momento estás adentrándote en los complejos recovecos de mi mente. —Soltó una carcajada—. Tienes cara de estar analizándome.

En realidad, la cara que tenía era la de una mujer que se arrepentía profundamente de ese match en Tinder. La ley debería ser implacable con los que se atrevían a exagerar en sus perfiles de apps de citas. Ella no esperaba un guapo magnate coreano con un amor por ella tan ilimitado como su tarjeta de crédito, claro, pero tampoco creía ser merecedora de semejante paquete.

—No suelo analizar a quienes no son mis pacientes— respondió secamente, aunque era algo totalmente falso. Claro que había hecho uso de sus conocimientos para analizar mentalmente a un par de personas interesantes, pero Patricio no la motivaba ni un poquito.

Patricio. Patrick en Tinder. Debió sospecharlo desde el momento en que se presentó como Patricio Rivero y no Patrick River. Eso era un poquito su culpa; con esas facciones tan autóctonas, ¿por qué tendría un nombre que sonaba tan extranjero?

Bueno, en realidad puede haber muchas personas cuyos nombres no coincidan con su fenotipo; hay gente que es adoptada en otros países, que se casa con amores de tierras lejanas y adopta sus apellidos, hijos de padres extranjeros... En fin, podía haber mil razones para llamarse Patrick River.

Pero este Patricio... Bien podría llamarse Patricio Estrella, iba más de acuerdo con él.

Igual el nombre era lo de menos. Lo que le llamó la atención del perfil, después de la foto donde se mostraba un hombre de bellas facciones, con una barba cuidada y biceps tonificados, fue que le gustaba el senderismo, el cine —aunque no especificó de qué tipo, por desgracia— y que era ingeniero de petróleos. Un hombre interesante y con proyección. O al menos eso pensó ella.  

Dejó escapar un suspiro al pensarlo y Patricio Estrella... Patricio Rivero se ilusionó pensando que la bella psicóloga había descubierto algo en su persona mucho más interesante de lo que él podía inventarse en su perfil de Tinder.

A un Martini del desastre - ONCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora