10:50 pm

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Para Patricio estaba siendo todo un triunfo no carcajearse de lo que se suponía era su cita. La voz de Natalia se había vuelto tan aguda que los perros podrían escucharla a diez kilómetros de distancia.

—Cuánto tiempo sin verte. Te ves muy bien.

—Tú... Tú también. —Natalia estaba haciendo un gran esfuerzo por no tartamudear. 

—¿Cómo has estado? —preguntó él sin dejar asomar ni una pizca de nerviosismo.

Por el contrario, el corazón latía a mil por hora, estaba segura de que en cualquier momento se le saldría del pecho y tendrían que llevarla a urgencias, solo para morir en el camino por tanto tráfico. Y es que no podía culparse, su ex novio se veía incluso mejor de cerca. Además, volver a sentir su aroma... Era casi imposible no transformar los recuerdos de todas sus noches juntos en fantasías actuales al doble de intensidad. Estaba tan ensimismada observándolo e imaginando escenas para adultos, que solo un pellizco en su costilla proveniente del hombre a su lado la hizo reaccionar.

—¿Qué? Ah sí, bien... sí, bien. Todo bien, como cualquier adulto, je —dejó escapar una risa nerviosa. 

Su acompañante sintió un poco de piedad por ella y, para aligerar su humillante situación, tomó la iniciativa. Se puso de pie y se dirigió directamente a Marcelo.

—Hola, qué tal. Mi nombre es Patricio.— Se presentó amablemente y extendió la mano hacia el susodicho.

—Marcelo García. Un gusto —respondió educado y le estrechó la mano. 

Natalia no sabía que más decir o qué hacer, de modo que se hizo un silencio incómodo hasta que sonó un celular. Marcelo sacó de su bolsillo su teléfono. Natalia lo vio y recordó que cuando estaban juntos, a él nunca le interesó la tecnología y ella se burlaba de su celular básico con la pantalla quebrada. Incluso en eso había cambiado, el celular que había sacado era más moderno que el suyo ahora. Incluso llegó a pensar que era el más moderno en todo el lugar.

—Sí, regreso en un minuto. Tranquila que no me fui —respondió sonriente. 

Natalia sintió una punzada en su pecho, pero no supo si eran celos, tristeza, envidia o qué emoción extraña que hasta ahora no recordaba haber sentido. Ese tono dulce solía usarlo con ella. 

Aunque ya había colgado la corta llamada, su ex novio seguía sonriéndole al aparato. 

—Fue bueno verte, Nati. Qué estés bien.— Y con un hasta luego se despidió de ambos. 

Ella lo siguió con la mirada hasta la mesa donde lo esperaba la modelo despampanante. La rabia que sintió en ese momento le hizo arrebatarle la botella de vodka a Patricio para darle un largo trago. 

—¡Oye! Pero si no es agua y no cuesta dos pesos —se quejó él—. Cálmate. 

Ella estiró la mano y con su dedo hizo callar a su acompañante.

—Shhh, cállate. Además, ¿quién es la que está pagando? —Sus palabras ya se enredaban un poco por los efectos de tanto Martini, vodka y desesperación.

Patricio se calló a regañadientes pues le molestó que tuviera razón.  

—Bueno, y ¿me vas a contar o no? —Prefirió cambiar de tema—. Porque si en este preciso momento no me cuentas la historia de ustedes dos, ahora sí voy y les cobro diciendo que son deudores y que te tienen que pagar. 

Y lo que Natalia tanto trató de demorar, ya no lo pudo aplazar más. Tendría que contarle su triste caso a su tonto acompañante de la noche. 

—Ay, ya, ya. Te voy a contar, pero necesito otro Martini. 

A un Martini del desastre - ONCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora