Capitulo 3

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"El obsequio"

¡¡¡ayuda!!!

Se escuchaba a lo lejos. Se veía a una castaña ojiazul corriendo.

— ¡¡Ayúdenme!! — gritaba desesperada.

Cada vez se venía acercando más. Llevaba un vestido violeta demasiado largo que tenía que levantarlo con sus manos para no tropezar con él. Era hermosa, bien maquillada y adornada con flores en su cabello. Y en su cabeza había una corona de margaritas blancas que simbolizaban la doncella en ella misma. Era una muchacha muy hermosa y de un cuerpo curvilíneo que marcaba el vestido en sus anchas caderas.

— ¡¡ayuda!! ¡Dios mío!

La muchacha lloraba tratando de cruzar la colina de pasto que le quedaba. Era un hermoso páramo de hierva y flores. Una pradera encantada por la belleza, pero las lágrimas de la chica nublaron el paisaje en algo tétrico y gris.

— ¡vuelve acá, niña!

Un caballo negro cruzó la colina persiguiendo a la chica. Su jinete; un peliblanco de largo cabello salvaje, con dos mechones que la caían en sus ojos como la más repugnante ceniza. Sus ojos, anaranjados casi rojos. La miraban con odio, con perversión, con solo intención de dañarla. El peliblanco llevaba una armadura negra, de un metal quemado y apestoso. Tenía un hedor horrible a bebida y vómito, y le salía chispas de fuego por su garganta como si fuera el dragón mismo del infierno que la perseguía. Detrás de él, ondeando junto a su roja capa de sangre, el paisaje de la bella pradera bendecida por Dios se convertía en maleza muerta, el cielo se oscureció por las tinieblas y una tormenta de tempestad.

— ¡¡déjeme en paz!! — gritaba la muchacha.

Ya era muy tarde. El feroz animal la había alcanzado. El peliblanco bajo de su caballo y la tomó de su cadera y apretó su brazo con fuerza.

— ¡¿Cuando lo vas entender?! ¡Tú eres mía! — Escupió con rabia. La castaña podía sentir el calor llameante que salía de la boca del malvado hombre.

— ¡¡No!! — dijo ella llorando. — ¡déjeme!

— ¡¡déjala ya!! — se escuchó un estruendo en el cielo. De los negros nubarrones se abrió una luz blanca que decencia de las alturas. Una figura de un caballo alado, de un color tan blanco como leche descendía del cielo volando. Su jinete de blanca y reluciente armadura montaba con honor y gloria tan majestuoso animal; pelinegro, de ojos hermosos, guapo y con aura de pureza y honor. — ¡¡déjala monstruo!!

El peliblanco rugió con rabia. De su boca solo salían llamas de odio.

— ¡¡Ella es mía!!

— ¡¡mi caballero!! — dijo la doncella escapando de las garras del peliceniza. — Este horrendo hombre no es bueno. No es un noble caballero como usted.

— Es un asqueroso vándalo. — dijo enojado el soldado de los cielos. — no permitiré que tú oscuridad arruine este hermoso páramo.

— ¡¡Nadie toca lo que es mío!! — chilló como un demonio de los habernos. Sacó de su funda una gran espada de un acero tan negro como el carbón. — quién lo haga... ¡¡Lo pagará!!

MojigataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora