El agua corría por el cuerpo del apenas proclamado adulto, limpiando cada impureza física, porque ni el mejor baño podría purificar su alma. Había pasado una semana desde que cumplió dieciocho, una semana en la que las encargadas del orfanato le notificaron que ya no podía vivir allí, Jaemin lo sabía pero aún no tenía a dónde irse. La única solución a corto plazo era ir con su mamá, pero eso estaría difícil, demasiado en realidad. Ni siquiera una ducha lograba tranquilizar esos pensamientos.
Envidiaba a sus compañeros del colegio, en verdad lo hacía. Él también quería que su única preocupación fuese el viaje de graduación o entrar a una buena universidad. Nunca destacó en los estudios y probablemente no conseguiría una beca, lo mejor que podía hacer era empezar a trabajar.
Terminó de ducharse y fue directo a vestirse. Su vestimenta era sencilla, portaba el uniforme del colegio en el que recibía sus estudios, uno al que sólo asistían hombres y los profesores eran, en su mayoría, sacerdotes. Las clases iniciaban a las seis de la mañana y terminaban a las cuatro de la tarde, Jaemin regresaba al orfanato y ayudaba a las monjas con los niños más pequeños. Seguía siendo una vida demasiado miserable.
Salió por la puerta de atrás, sin hacer mucho ruido, siempre fue callado por el miedo a estorbar y que le trataran mal por eso. Reservado, con expresión neutra y mirada triste, Jaemin parecía un muñeco de porcelana que retrataba la tristeza y se movía pulcramente por los senderos que llevaban al instituto escondido. Allí, en medio del bosque, donde un edificio gris se alzaba entre los árboles, era donde podía expresar al menos una parte de sí mismo, donde las personas sabían que existía. No era de tener amigos y sólo platicaba con Donghyuck, un chico tan alegre que era imposible no contagiarse.
Incluso un muñeco de porcelana tan triste como él era capaz de sonreír por las ocurrencias del moreno. Su amigo le esperaba en la entrada como de costumbre.
─¡Nana! Creo que te he conseguido el mejor empleo─. Donghyuck era el único que sabía sobre su desgracia y también quién más se preocupaba por ayudarlo.
─Soy todo oídos, te escucho─. Empezó a caminar junto a su compañero, el murmullo de los pasillos acompañaba la conversación.
─Ayudante en la santería del pueblo, pagan demasiado bien y mi hermana dice que sólo debes hacer trabajos menores ¿No te parece buena idea?─. Jaemin alzó una ceja.
─Es genial ¿Por qué no se me ocurrió a mí, Hae?─. Haechan, como le decían de cariño, sonrió. Ambos caminaron rumbo al salón para la primer clase del día.
Haechan conocía su historia y, ajeno a la reacción que esperaba, no lo trató de forma distinta a los demás. El pequeño pueblo de Vitzger era demasiado conservador, señalaban hasta a las madres solteras y, para Jaemin, era increíble que una santería durase tantos años vigente con los pensamientos tan retrógrados de los habitantes. Jaemin era la comidilla de muchos debido a que era el primer huérfano estudiando en el colegio masculino y por los rumores sobre su origen.
Muchos de estos ciertos, para su mala suerte.
Jaemin era hijo de una monja llamada Hyemin, su padre era un sacerdote del que no sabía el nombre y que, sinceramente, no le importaba. Por obvias razones y para no manchar el nombre del convento, Jaemin fue entregado al orfanato, donde creció hasta convertirse en un chico alto y de facciones delicadas, llegando a ser la envidia de muchos en el pueblo.
El rubio estaba tan perdido en sus pensamientos que no notó la llegada del maestro Qian, apenas lo hizo cuando este le entregó un pequeño sobre de color rosa con un osito arriba, alzó una ceja y miró con una sonrisa tímida al mayor.
─Es el cumpleaños número siete de Yoon, Seunghee fue quien me dió la idea de invitarte─. Explicó Kun, regresando a su escritorio antes de que el menor contestara.
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Our Lady of Sorrows ─Nomin.
FanfictionJaemin siempre tuvo el presentimiento de que algo estaba mal con él. Desde sueños caóticos hasta los rumores que crecían alrededor suyo, todos en el pueblo estaban de acuerdo en que él era hijo del pecado. Lastimosamente ni el creyente más fuerte no...