Pequeñas personas atrapadas en bolas de cristal

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A la mañana siguiente me desperté y no encontré ni a mi mamá, ni a Ripley. Me levanté y fui al baño a ver la herida en mi rostro. La cara me latía como si tuviese un corazón propio. Me puse frente al espejo y me saqué la gasa con cuidado. No estaba tan mal como parecía. Y además me iba a quedar una cicatriz espectacular. Le eché un poco de agua, la sequé y me volví a poner la gasa. Volví a la cocina y abrí la heladera. Agarré un pedazo de pizza y me la mandé para adentro. Busqué una cerveza, y obviamente, no encontré ninguna. Agarré mi campera y me fui del departamento. Doblé la calle y caminé hacia el consultorio. Había cuatro personas sentadas, esperando. Golpeé la puerta de la habitación en donde atendía Tina y la misma se abrió.

-Acá estoy- le dije.

-Qué bueno. Sentáte y esperá- respondió.

-¿De verdad?

-De verdad. Hay personas esperando antes que vos.

-¿No me vas a hacer un favor especial en nombre de nuestra amistad?

-No- dijo mientras esbozaba una sonrisa.

-Que mierda, soy una princesa para nada- dije con cierta decepción.

-Sustituta.

-¿Qué?

-Sos una princesa sustituta.

Tina le hizo una seña con la mano a una mujer bastante fea para que entrara a la habitación y otra a mí con la cabeza para que me sentara. Dos niñas jugaban en el suelo con dos espadas hechas de madera. No hay mucho para hacer mientras se espera en un lugar como este. Es lo más molesto y aburrido que puede haber y te hace comprender el por qué la gente evita en todo momento lastimarse. Hasta que Tina finalmente me atendió, me quedé jugando a algo que jugaba constantemente, miraba a las personas y les asignaba un adjetivo. La mayoría eran malas palabras o palabras ofensivas: "puta", "cornuda", "gorda", "enana", "sucia"

-Te voy a cambiar la venda y en 4 o 5 días te voy a sacar los puntos- dijo Tina.

-Eso lo puedo hacer yo misma- respondí.

-Podés, pero no lo vas a hacer. Es mi trabajo. Fernando, alcánzame el alcohol y las gasas, por favor.

Tina tenía un asistente varón que la ayudaba. Antes era ella la que asistía a su hermana Sofía, pero cuando a Sofía la asesinaron, Tina se tuvo que hacer cargo del consultorio. De todas las enfermeras de todas las bandas, era la única que trabajaba con un hombre. Y él era negro, así que era el doble de llamativo. Otras se hubieran horrorizado por esto. A mí no me parecía bien, ni mal. No me parecía nada, honestamente.

-Hoy es la fiesta de bienvenida de Ripley- le recordé a Tina.

-Ya sé. Todo el mundo está hablando de eso- respondió

-Entonces... ¿Vas a ir?

-Sabés que las fiestas no son lo mío, así que...

-¿Pero vas a ir, verdad?- insistí.

-¿Querés que vaya?

Quería que fuera porque a lo mejor a Ripley se le daba por desaparecer y dejarme sola por ahí, como solía hacer. Pero también quería que fuera porque quería que estuviera a mi lado, pero no sabía cómo decírselo.

-Si, por supuesto que quiero que vayas. Sos una de las nuestras. ¿Por qué preguntás? ¿Querés que te diga que quiero que vos vayas?

-No sé, Roja- respondió, mientras me miraba con cara de no entender nada de lo que le había dicho.

Cuando terminó de atenderme volví a insistirle para que viniera a la fiesta. No sé por qué, pero me fui de allí con la certeza de que la había convencido para que nos encontráramos esta noche. Al adentrarme en el barrio, me topé con Gore y con Pesada. Estaban lanzando flechas contra un muñeco de trapo que tenía la cabeza descosida y colgando del cuello. Las Hienas practicaban con perros. No me gustan los perros, pero, !por favor! ¿llenarlos de flechas? esa mierda es fría hasta para mí.

NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora