𝐸𝑙 𝑐ℎ𝑖𝑐𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑝𝑢𝑐ℎ𝑎 𝑦 𝑒𝑙 𝑙𝑜𝑏𝑜 𝑓𝑒𝑟𝑜́𝑧.

𝑆𝑢 𝑙𝑖𝑛𝑑𝑜 𝑐𝑎𝑏𝑒𝑙𝑙𝑜 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑎.

Después de ese incómodo momento con Rusia, me había metido a bañar, la tina estaba llena de agua tibia, pasaba la esponja con cuidado por mis brazos. Una que otra burbuja se había formado en el agua.

Enjuague una vez que termine con mis brazos, con la yema de mis dedos recorrí las cicatrices que adornaban mi brazo izquierdo.

Creo que es el más afectado de ambos, las que más resaltaban eran las de las garras del lobo, sin embargo las más frescas eran por como me rasque la última vez.

Una en particular llamo mi atención: era vieja, aunque había cicatrizado la línea se veía muy presente, larga y profunda.

Me la había hecho de niño.

Sin notarlo me iba inclinando de manera que casi quedará recostado en la bañera.

Antes de la muerte de Venezuela, una de mis responsabilidades era ir a traer agua del pozo, el cual se alimentaba de un viejo riachuelo, qué nos servía de límite para pasar al bosque.

Siempre me había llamado la atención el bosque, entonces un día mi curiosidad fue demasiado lejos.

Camine más adentro entre los árboles, el pozo se comenzaba a alejar, las casas se hacían más pequeñas.

Mi cuerpo se movía solo, mi mente solo se concentraba en las flores que poco a poco aparecían en mi camino.

El atardecer iniciaba, la paleta de colores naranjas y rojos iban coloreando el cielo.

Me pare en un arbusto, al oír las hojas moverse. Apartando las ramas habia encontrado un nido de conejos.

Parecían recién nacidos, pues la madre estaba en el pasto, mientras algunos estaban a su lado acostados, otros por su parte jugueteaban.

Tome un pequeño conejito de colores blanco con manchas marrón y así poder acariciarlo.

-Bonito. -Dije tocando sus largas y caídas orejas.