𝑈𝑛 𝑎𝑚𝑖𝑔𝑜 𝑑𝑒 𝑏𝑖𝑏𝑙𝑖𝑜𝑡𝑒𝑐𝑎.

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Después del reciente alboroto y que se recobrara la calma en el lugar, se volvió a iniciar las temáticas de las organizaciones y bendiciones para la difunta.

Una duda aún vagaba por mi mente.

La señora Francia era una mujer de descendencia que llevaba habitando mucho tiempo esta aldea. Por lo tanto ella debía saber más de ese tema, no creo que allá dicho en vano que había un nuevo lobo.

No podía obtener una respuesta de mis familiares, y si le preguntaba a las demás personas, se vería sospechoso que alguien preguntara por eso después de un reciente avistamiento.

Carajo, tendría que ir con la única persona que no me juzgaría por las preguntas.

- Oigan. - Llame la atención de mis padres, ambos me miraron sin dejar de prestar atención a la oración que recitaba el sacerdote. - Me siento ostigado de estar en un lugar así, ¿creen qué pueda ir a pasar el rato en la biblioteca de Austria?

Austria, un chico mayor que yo por tres años, cabello negro corto, piel clara con algunas pecas, y ojos grises, es sobrino de la señora Therd, y dueño de una de las bibliotecas del lugar.

- ¿No le crearás ningún inconveniente con tu presencia?

Preguntó mamá relajada.

- No creó, pero si es así me iré a la casa.

- Déjalo que vaya, es mejor que este con alguien a que este solo. - Intervino papá.

- De acuerdo, pero te quiero en casa antes del anochecer. - Sentenció.

- Sin ningún problema. - Asentí con una sonrisa. - ¿Quieres venir?

Le cuestione a Chile quien no parecía emitir señales de vida.

- No está vez, iré a visitar a la familia alemana, quiero expresarles mi apoyo. - Dijo con seriedad.

- Bien, los veo luego. - Me despedí de cada uno con un beso en la mejilla.

Las calles de la aldea estaban vacías, todos estaban en el panteón dando el pésame, camine tranquilo hasta dar con una gran construcción, camine hasta la entrada y toque dos veces la puerta esperando una respuesta.

Pasos se escucharon resonar, pronto la puerta fue abierta por el hombre que esperaba.

- Padre Filipinas, ya le dije que no pienso ir a darle el pésame a nadie.

Por su ceño fruncido pude deducir que el sacerdote que daba la misa de Nueva Zelanda le había estado insistiendo para que fuera al funeral, pero claro, este tipo no se deja guiar por nadie.

En la mano contraria con la que sostenía la puerta, traía un plumero.

- Me ofende que creas que terminaré en una iglesia. - Levante una ceja, pareció reaccionar.

- México, lo lamento mucho. Creí que eras el padre de la iglesia.

Se hizo a un lado dándome el pase.

- ¿Peleandote con la gente de nuevo?

Me gire para mirarlo al rostro.

- No es eso, pero simplemente no pienso ir a dar mi lástima a aquellos que se burlaron de mi cuando quede huérfano, fui señalado y lastimado por su culpa. Y ahora el padre ¿quiere qué les vaya a dar el pésame? ¡Ja! Pues si idiota no soy.

Dijo con un porte orgulloso.

- De lo de idiota no estoy tan seguro.

Tape suavemente mis labios al sentir que una risilla quería escaparse. El austriaco giro los ojos ante la negativa.

𝐸𝑙 𝑐ℎ𝑖𝑐𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑝𝑢𝑐ℎ𝑎 𝑦 𝑒𝑙 𝑙𝑜𝑏𝑜 𝑓𝑒𝑟𝑜́𝑧.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora