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Me paso toda la cena pensando en las palabras de Miss Peregrine. Hasta tal punto que me desentiendo de la conversación que se mantiene. Estoy sentada entre Jacob y Enoch, y realmente la mirada matadora que ambos comparten sobre mi cabeza me pasa casi desapercibida. Entre mis pensamientos revueltos, la única concesión a su discusión visual es: ¿No podrían esperar a otro momento?

Es decir, por mí que se maten si quieren, tontos ellos (aunque si hay una pelea, Enoch ganaría evidentemente), pero preferiría que esperen a más tarde. A pesar de todo, como digo, no le presto demasiada atención. Mi mirada vaga de mi hermano a la Directora y de ella a mi hermano de vuelta, y sé que él está tan nervioso como yo. La pregunta de ambos es evidente.

Después de la cena, llega el momento del reinicio. Todos salimos para ver como el cielo del atardecer se transforma en la noche del día 2 de septiembre de 1940. Luego, el Pájaro le ordena a Emma que acompañe a Jacob de vuelta al pueblo, y a Víctor y a mí nos guía hasta los invernaderos, después de despedir a los demás niños.

Nerviosa, me sujeto a la mano de mi hermano como si la vida me fuera en ello. Creo que voy a tener que tomarme una pastilla después de esto. Pero sigo a la Directora, y finalmente, nos sentamos en un lugar apartado, protegidos por los árboles de ojos curiosos, y veo que la mujer tiene un álbum en las manos. Se saca la pipa de la boca y empieza a hablar:

—En tiempos remotos, la gente nos confundía con dioses —dice—, pero nosotros los peculiares no somos menos mortales que la gente corriente. Los bucles en el tiempo simplemente retrasan lo inevitable y el precio que pagamos por utilizarlos es alto... una separación irreconciliable con el presente. Como sabe, las personas que llevan mucho tiempo residiendo en un bucle sólo pueden hacer una pequeña incursión en el presente de vez en cuando, no vaya a ser que se marchiten y mueran. Éste ha sido el acuerdo desde tiempo inmemorial.

Da otra calada, o tal vez dos a la pipa. Ella está más nerviosa que nosotros, pero finalmente, prosigue:

—Hace algunos años, a comienzos del siglo pasado, se escindió una facción entre nuestra gente... un grupo de peculiares descontentos y con ideas peligrosas. Creían que habían descubierto un método por el cual el tiempo en los bucles podía pervertirse para conferir a su usuario una especie de inmortalidad; no tan sólo la suspensión del envejecimiento, sino su inversión. Hablaban de juventud eterna fuera de los límites de los bucles, de saltar del futuro al pasado con impunidad, sin padecer ninguno de los efectos adversos que siempre han impedido tal temeridad... en otras palabras, dominar el tiempo sin temer a la muerte. La idea era descabellada... una auténtica bobada... ¡una refutación de las leyes empíricas que lo rigen todo!

Suelta aire con brusquedad y hace una pausa para serenarse. Creo que lo comprendo. Ella está hablando de las leyes naturales, de la vida y de la muerte. Son cosas que no deberían de poder cambiarse... Pero hay poderes que pueden cambiarlas. No estoy hablando de la eterna juventud, sino de regresar de la muerte. Sin embargo, lo que ella dice que querían hacer esos peculiares sí que me resulta improbable.

—En cualquier caso. Mis dos hermanos, técnicamente brillantes pero más bien carentes de sentido común, se sintieron fascinados por la idea. Incluso tuvieron la audacia de solicitar mi ayuda para hacerla realidad. «Habláis de convertiros en dioses —les dije—. Eso no puede hacerse. E incluso si se pudiera, no debería hacerse.» Pero no hubo forma de disuadirles. Al haber crecido entre las pupilas ymbrynes de Miss Avocet, sabían más sobre nuestro don excepcional que la mayoría de varones peculiares; justo lo suficiente, me temo, para volverse peligrosos. A pesar de las advertencias, incluso amenazas, del Consejo, el verano de 1908 mis hermanos y varios cientos de miembros de esta facción renegada, junto con varias poderosas ymbrynes, traidores todos ellos, se aventuraron en la tundra siberiana para llevar a cabo su macabro experimento. Para el emplazamiento eligieron un viejo bucle anónimo que no se utilizaba desde hacía siglos. Pensamos que regresarían al cabo de una semana, con el rabo entre las piernas, humillados por la naturaleza inmutable de la vida y la muerte. Sin embargo, en lugar de eso, recibieron su castigo de un modo mucho más terrible. Provocaron una explosión catastrófica que hizo temblar hasta las Azores. Cualquiera que estuviera en un radio de quinientos kilómetros sin duda pensó que era el fin del mundo. Dimos por supuesto que todos habían perdido la vida, que aquel obsceno experimento, capaz de agrietar el mundo, fue su última declaración colectiva.

Peculiaridades (Enoch x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora