7

376 26 27
                                    

Jacob ha palidecido. Miro hacia el mismo punto que él, solo para encontrarme con cinco cadáveres de ovejas. Pero el detalle que más me llama la atención. No tienen ojos. Miro alrededor, en un intento de vislumbrar una sombra, algo que delate la presencia cercana de un hueco, o de ver unos ojos sin pupilas. Pero nada sospechoso aparece a mi vista.

Seguimos andando hasta el pueblo. Allí seguramente nos enteraremos de lo que sea que ha sucedido a esas pobres ovejas. O lo que la gente cree que les ha sucedido. No me equivoco, porque delante del pub donde se hospedan Jacob y su padre encontramos a tres granjeros, que están agarrando a Gusano. Se nota que ha estado llorando.

—¡Aquí está! —grita uno de los granjeros—. ¿Dónde has estado, hijo?

—Tal vez deberíamos interrogarla también a ella —afirma otro—. Quién sabe lo que puede haber estado haciendo.

El día es frío, y siento la piel de gallina bajo mi vestido. Por suerte, el viento no sopla, de lo contrario me estaría helando. Creo que me han pasado factura los dos o tal vez tres días que he pasado en el día paradisíaco del bucle.

—¿Por qué iba a querer hacer nada a unas ovejas? —pregunto—. Recuerdo como si fuera ayer rascarles las orejas a sus perros pastores, señor Harem.

—¿Quién...?

—¿Ninguno me recuerda? ¿Ni el señor Harem, ni el señor Eerns, ni el señor Sallow?

—¿Helena? —pregunta el señor Sallow, atónito, y luego afirma—. ¡Helena Hamilton, pero qué sorpresa! Chicos, recordad a Helena. Se pasaba la mitad de la tarde hablando con el viejo, y los fines de semana repartía migas de pastor a los que cuidábamos de las ovejas.

—Sí, ya me acuerdo —corrobora el señor Harem—. La hermana de Víctor. La chiquilla que siempre andaba con esa muñequita rubia.

—La misma —asiento, algo sonrojada—. Ha pasado mucho tiempo, y las cosas han cambiado, pero yo jamás haría daño a un animal.

—Me lo creo todo —dice el señor Eerns. Ahora que me han recordado, parecen poco dispuestos a considerarme culpable—. Recuerdo a la pequeña Helena jugando con los perros y dando de comer a las ovejas cuando el vendaval no les permitía salir a pastar.

—¿Pero qué hay del chico? —cuestiona el señor Harem—. El americano.

—Ha estado conmigo —respondo de inmediato—. Su padre y él me trajeron de vuelta después del deceso de mi padre. Y Víctor y yo le estamos mostrando la isla. Jacob sentía curiosidad por el orfanato derruido por la bomba, le he llevado a verlo, aunque he insistido en no entrar adentro.

—Bueno —afirma el señor Sallow, muy dispuesto a creerme—. Eso deja a tres fuera de la lista: Víctor nunca haría esto. El sabe bien lo mucho que cuesta cuidar de los animales.

—Pero, ¿sabemos siquiera a qué hora han muerto las ovejas? Si Helena no se ha juntado con él a primera hora —el señor Eerns mira con recelo a Jacob.

—No ha sido el americano —responde el señor Harem—. Éste que tengo aquí, tiene un largo historial. Hace unos pocos años le vi arrojar una oveja por un precipicio de una patada. No lo habría creído de no haberlo visto con mis propios ojos. Después, le pregunté por qué lo había hecho. Para ver si podía volar, me contestó. Está enfermo, ya lo creo.

De modo que me despido de los granjeros, y Jacob y su padre hacen lo mismo. Entramos al pub, donde el señor Portman insiste en invitarme a algo. Incomoda de nuevo, acepto una coca cola y, mientras la tomamos, voy directa al grano.

—Verá, señor Portman —comienzo—. Antes de ser conocedores de este incidente, veníamos a verle, porque Jacob me ha dicho que quiere mi palabra de que dormirá con nosotros si está fuera.

Peculiaridades (Enoch x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora