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Abro los ojos. Estoy en la ciénaga de nuevo, en la isla. No sé como he llegado hasta aquí, pero estoy en la ciénaga. Alguien me toca el hombro. Me doy la vuelta para encontrarme con tres personas: dos jóvenes de mi edad y un hombre bastante viejo. Solo uno de ellos me resulta familiar. Tiene un collar de pelo. El Viejo.

—El... ¿Viejo? —pregunto en voz alta.

—En realidad, me llamo Taima —explica él—. Me alegro de que por fin puedas escucharme también, Helena.

—¿Escucharte también? —pregunto, confundida.

—Claro —responde él, sonriendo—. Me hablaste durante muchos años, y yo siempre te he respondido en la medida de mis capacidades. Me alegra que al fin podamos hablar de frente, aunque tenga que ser por un breve periodo de tiempo.

—¿Qué está pasando? —inquiero.

—Muchas cosas, pequeña —el anciano se adelanta—. Soy Abraham Portman, el abuelo de Jacob. Y él es Víctor, el hermano de Bronwyn.

—Escucha ahora —añade Taima—. No tenemos mucho tiempo, y tú tienes mucho que hacer.

—Sí, tal vez demasiado —el señor Portman suspira—. Bien, sigue mis instrucciones: tienes que volver a la casa, que Enoch levante a Víctor, y pídele que saque los ojos del chico de ese bote de plástico. Tú harás que su sangre vuelva a correr. Le devolveréis la vida, porque lo va a necesitar. Harás lo mismo con Taima.

—Pero Taima tiene demasiadas heridas y... —intento refutar.

—Lo haréis —dice el mayor, en tono imperioso—. No te preocupes por sus heridas. Esa es su peculiaridad, y la razón por la que él fue el sacrificio.

Asiento con la cabeza, muy confundida aún, pero dispuesta a seguir sus órdenes. Al parecer, hoy voy a resucitar a dos personas. Los miro a los ojos, estoy al borde de un segundo colapso nervioso.

—¿Podrías hacerme un favor personal? —pregunta Taima—. Querría que le dijeras a Martin que yo no lo maté. Dile que lo aprecio, y que aprecio todo lo que ha hecho por mí.

—Se lo diré yo, cuando lo vea por aquí —promete el señor Portman.

Se me nubla de nuevo la vista. Siento por última vez el fantasma de una mano amiga en el hombro. Vuelvo a abrir los ojos entre el hielo de la pescadería, justo a tiempo para escuchar una voz conocida. Una voz que se alza amenazante, mientras alguien nos apunta con una linterna:

—¿Quién anda ahí?

—No queríamos entrar sin permiso —dice Bronwyn —. ¡Ahora mismo nos íbamos, de verdad!

—¡Quedaos donde estáis! —grita el hombre.

—¿Quién es usted? —pregunta Enoch, frunciendo el ceño. Es muy inteligente, ya sospecha en lo que nos hemos metido, al igual que yo.

—Eso depende de a quién se lo preguntes — responde el hombre—, y no es ni con mucho tan importante como el hecho de que yo sí sé quiénes sois vosotros. —Apunta con la linterna a cada uno de nosotros y habla como si citara algún expediente secreto—. Emma Bloom, una chispa, abandonada en un circo cuando sus padres no pudieron venderla. Bronwyn Bruntley, una enloquecida, degustadora de sangre, que no conocía su propia fuerza hasta la noche en que le partió el cuello al canalla de su padrastro. Enoch O'Connor, que alza a los muertos, nacido en una familia de empresarios de pompas fúnebres que no podían comprender por qué sus clientes insistían en marcharse por su propio pie. Y la preciosa Helena Hamilton —continúa—. La chica capaz de adquirir la habilidad peculiar de todo aquel que toque. La mujer más poderosa del mundo. Y Jacob. Con qué personas tan peculiares te relacionas en la actualidad.

Peculiaridades (Enoch x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora