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Al fin de cuentas, el resultado y la respuesta a todo el esfuerzo de mis servicios brindados en la guerra se redujeron a un par de medallas de honor y un desfile una vez por año.
Por aquel entonces un soldado no podía recibir ninguna indemnización hasta cumplidos los cuarenta y cinco años así que con todas las secuelas psicológicas y con una pierna menos, volví a Londres con una mano atrás y otra adelante, teniendo que conseguirme trabajo de lo que sea para sobrevivir como cualquier civil.

La guerra terminó un par de meses después de mi baja y para ese entonces yo ya había salido del hospital; las prótesis de miembros amputados eran una novedad incómoda, tardé más de un año en aprender a caminar con ella, fueron muchas las veces en las que el dolor y la frustración me obligaban a sacarmela y arrojarla lejos para quedarme tumbado en la cama por dias y noches enteros, y de hecho, durante mucho tiempo, la cama fue el único lugar que conocí, pasaba en ella todo lo que me era posible, sintiendome un inútil, llorando de dolor en los días húmedos, teniendo pesadillas que me despertaban en medio de la noche gritando del horror, recordandolo.

Estaba muy enojado con el mundo y todo me parecía mal, incluso el dia de mi casamiento con Anna había peleado con ella y con mis padres, y aunque creía que mi nueva vida de casado iba a mejorar mi estado de ánimo me equivocaba, no dejaba de ser un chico en sus veintes que ya había visto demasiado como para querer renunciar a todo y a todos.

Varias veces tuve que sumergir la cabeza bajo el grifo del agua helada esperando disipar pensamientos que se negaban a ir por si solos, en aquéllos tiempos no se hablaba de la depresión e ir a terapia era motivo de vergüenza, asi que hacía lo mismo tanto con el dolor físico como el emocional: lo reprimia.

Pero con el tiempo aprendí a vivir con todo eso; conseguí trabajo en un hotel a las afueras y me acostumbré a la luz de neón roja que parpadeaba intermitente en mi rostro,a veces tenía que morderme la lengua para no insultar a algún pretendiente de huésped que me preguntaba sonriente si había alguna habitación disponible pese a tener ese gigante y luminoso cartel que decía que no había vacantes.

Me gustaba ese trabajo y lo hice por mucho tiempo, era tranquilo y solitario, era simplemente yo sentado del otro lado de la recepción, viendo televisión, hartandome de café, hablando dos o tres palabras robotizadas por horas sin tener que lidiar con Anna y sus ansias de que seamos padres, era solo yo conmigo mismo y eso era suficiente.

Sin embargo se había vuelto excesivamente rutinario: trabajaba de lunes a domingo, tenía dos dias de descanso cada dos semanas, entraba a las siete de la mañana, salía a las tres de la tarde y conducía a casa aguantando el dolor de la pierna fantasma.
algunas veces almorzaba.
algunas veces tomaba tantas pastillas para el dolor que mi pecho parecía un tambor.
algunas veces aceptaba de buena voluntad conversar con algún huésped que se sentía solo.
y todos los jueves, lo veia a él.

Me esperaba religiosamente detrás del hotel, en el callejón de la basura, dentro de su auto con el brazo izquierdo apoyado en la ventanilla, quemado del sol.
yo salía por atrás, lo veia, caminaba hasta él y me sentaba a su lado.
nunca nos saludabamos, solo ponía el auto en marcha e íbamos hasta la entrada desierta de un bosque.
A veces le prestaba atención, miraba sus ojos asegurandose de que no haya nadie, o sus dedos volcando el tabaco sobre el papel ahuecado para después prensarlo, hacerlo girar y pasarle la lengua al pegamento.
A veces me perdía en el humo y entonces, casi siempre, él me estaba mirando:
"¿que pasa, rengo? ¿te armo uno?" odiaba que me llamara asi, en realidad odiaba muchas cosas de él, pero no decía nada, nosotros no necesitábamos hablar.

A veces le prestaba atención a su ropa, solía ser muy elegante para alguien que vivía en el barrio más bajo de Manchester.
llevaba camisas de hilo, tiradores caros que conmigo en el auto no le duraban nada, y siempre llevaba el pelo bien peinado.

solía preguntarme en que pensaba cuando estaba conmigo, y sin mí.
¿pensaría en su mujer? ¿en sus hijos? ¿en la guerra? ¿en la cabeza de su hermano explotando en el campo? no lo sabía, no sabía nada de él, Noel era como esos vidrios empañados, no había forma de ver a través suyo.

De todos modos daba igual, yo no sentía nada por él ni él por mi, pero nos necesitábamos, era la medía hora semanal que nos dejaba aparte del mundo.
Nunca pretendi nada más de él, solo queria llegar al bosque, esperar que deje de fumar, ver como lanzaba la colilla entre la maleza y entonces me tomara.

era rudo, violento, me llevaba al asiento trasero y me arrancaba la ropa mientras mordia mis labios o tiraba tan fuerte de mi pelo que el cuero cabelludo me quedaba ardiendo por días.
se abría camino entre mis piernas abriendolas con brusquedad, y me gustaba eso, era la única persona que trataba mi prótesis como una pierna real. Entonces metia sus dedos hasta mi garganta mientras friccionaba su entrepierna en la mía, jadeando sobre mi como un perro hambriento.

Cuando metía los dedos dentro mío, me parecía que todo desaparecía, o que desaparecía yo.
dejaba de ser un hombre, un inválido deprimido, era un concepto,una cosa que Noel podía manejar y usar a su antojo, podía hacerlo sobre mi u obligarme a sentarme en sus piernas como una marioneta.

le gustaba cogerme sin ver mi cara, me daba vuelta y empujaba mi cabeza contra el asiento mientras se movía fuerte,muchas veces pensaba que quería lastimarme, y me gustaba eso, seguramente sentia que lo merecía, estaba defraudando a mucha gente, alguien tenía que castigarme.

a veces solo empujaba su pene en mi garganta y con eso se sentía satisfecho, por mi estaba bien, solo escupia su semen por la ventanilla y volvíamos a la parte trasera del hotel, dónde no decíamos nada, yo bajaba, él se iba y el mundo seguia girando.

y mi mundo siguió girando exactamente de la misma forma cada uno de mis días, hasta que encontré a Damon y se detuvo por completo.

TrincherasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora