Capítulo 21

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(Maratón 14/14)

Aleksandra Vólkov

Comencé a tantear por toda la habitación tratando de buscar el cuerpo de Damién, ese hombre me había dicho que allí estaba, pero por la inmensa oscuridad que había en el lugar, no lo podía ver.

—¿Damién? ¿Estás aquí? —me levanté del suelo y aún pegada de la pared, continúe caminando sin despegar mis manos de la misma.

—A-aquí —escuché su voz a pocos pasos de dónde me encontraba y rápidamente lo comencé a buscar como pude.

Al instante di con su pierna e inmediatamente me acerqué a él, comencé a tantear todo su cuerpo hasta dar con su rostro.

Escuché un quejido de su parte una vez mis dedos hicieron contacto con su piel, por lo que los aparté rápidamente.

—Lo siento, lo siento —dije rápidamente.

Maldije en voz baja al notar que por toda la habitación lo que había era oscuridad y más nada.

—¿En este cuchitril no hay luz o qué? —me levanté del suelo e inmediatamente comencé a tantear por las paredes hasta que, por milagro puro, di con un jodido interruptor y al instante logré encender la luz.

Me costó solo unos pocos minutos poder adaptarme a la incandescente luz que había en toda la habitación, abrí y cerré los ojos rápidamente intentando ver otra cosa que no fuesen pequeños puntos negros.

Pero, cuando finalmente pude adaptarme, solté un pequeño grito al ver el estado en el que se encontraba Damién tendido en el piso.

No, no, no.

¡Maldición, no!

—¡Damién, por Dios! —exclamé completamente asombrada y nerviosa.

Corrí rápidamente hasta donde se encontraba y me arrodillé a su lado nuevamente, coloqué mis manos encima de su rostro, como pude levanté si cabeza y la coloqué encima de mis muslos.

Su rostro se encontraba completamente amagullado, lleno de sangre y con más moretones de los que me gustaría admitir.

Se encontraba sin camisa, visiblemente golpeado hasta en el modo de caminar y con los ojos completamente cerrados.

Jadeaba por el dolor, pero aún así no terminaba de hablar del todo, lo que me daba a entender que se encontraba peor de lo que podía ver e imaginar.

Levanté la mirada y comencé a mirar por toda la habitación intentando encontrar un trapo o algo que nos pudiera ayudar, pero ahí lo único que había eran restos de pan, dos vasos con agua sucia y un horrible olor a orine soleado.

Ignoré el espantoso olor y puse mi mente a trabajar al instante, si no tenía nada con qué curarle la heridas a Damién, entonces me tocaba improvisar.

Me quité la camisa que tenía rápidamente y me quedé en sostén, afortunadamente no eres tan voluptuosa de pechos, por lo que no me preocupaba ser vista por nadie en esas fachas.

Todo lo hacía por Damién, solo por él.

Como pude, estiré mi brazo y tomé el vaso con agua que allí se encontraba y, al tenerlo en mis manos, hundí una parte de la camisa en el mismo durante unos segundos.

Cuando termine, quité el restante del agua y con toda la delicadeza del mundo se la coloqué en el rostro a Damién, quién pegó un pequeño brinquito al sentir el contacto de la misma con su piel.

Me disculpé nuevamente y continué haciendo lo mismo, pero cada vez con más delicadeza de lo normal ya que no quería lastimarlo más de la cuenta.

Gruesas lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas al instante y no pude hacer nada por detenerlas, me dolía ver cómo Damién se encontraba en ese estado, yo sabía que eso en cualquier momento pasaria y aún así el insistió en ir a pelear.

LA OBSESIÓN DEL DEMONIO RUSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora