Prólogo

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El eco de los golpes de su caballo se escuchaban por toda la ciudad silenciosa, la noche era el mejor momento para cazar a las plagas que contaminan su ciudad, las ratas se escabullian por las sombras en busca de llegar a su escondite donde pensaban que nadie los iba a encontrar. Iluminaba la ciudad con una pequeña lámpara, esa noche hacía más frío de lo normal y la nieve cubría su abrigo. Pensaba que era la hora de volver a casa, pero, oyó una voz en las sombras, una voz masculina que le decía a otra persona que huya, eran dos. Bajó del caballo en silencio y caminó a ellos haciendo resonar el tacón de sus botas, era inútil ocultarse si ellos ya sabían que él estaba ahí. Sacó su espada e iluminó sus rostros encontrando terror, sus rostros estaban aterrorizados y sus ojos estaban rogando por piedad, ambos estaban tomados de las manos, eso significa una sola cosa.

—Homosexuales—bramó apuntando a ambos con su espada.

—Corre—susurró con pavor uno de los hombres enfrente de él, el más joven de los dos.

—Agarrenlos—exclamó y sus caballeros corrieron detrás de ambos hombres— ¡Los quiero muertos!

Ambos hombres corrían por las nevadas calles de Brilthor hasta que se separaron en diferentes callejones. Sus guardias iban detrás del mayor y él iba detrás del joven que corría desesperado hasta quedar acorralado en un callejón sin salida, ese era su fin.

—¿Últimas palabras?—preguntó colocando el filo de su espada en su pecho— plagas como tú no deberían tener derecho de caminar por las calles tan libremente pecando en contra del nombre de Dios.

—No diré mis últimas palabras porque no las tendré, lástima que corazones podridos como el tuyo jamás entrarán al reino de los cielos...no te tengo miedo.

Iluminó su rostro y observó la cara de aquél demonio que corría con libertad por sus calles, quería ver su expresión del dolor cuando atravesara su pecho con su espada, disfrutaba de ver como los pecadores dibujaban dolor en sus rostros antes de morir. A pesar de haberle dicho que no le tenía miedo, sus ojos brillaban llenos de lágrimas.

—Jesús no se sacrificó por nosotros para que escoria como tú camine por las calles como si nada—guardó su espada y gruñó al escuchar un caballo cerca, un caballo blanco se posó detrás de él y el hombre que lo montaba bajó con una expresión de ira, el sol empezaba a brillar detrás de él.

—Seonghwa—dijo su nombre— ¿Cómo te atreves a asesinar a un joven en frente de Dios?—bramó.

—Mi señor, no es lo que usted cree, este hombre es un pecador—lo señaló despectivamente y el clérigo suspiró.

—Deja a este hombre en paz, Seonghwa, ahora vete—ordenó yendo a agarrar las manos frías del joven para llevarlo a la iglesia y darle abrigo.

Seonghwa los siguió con la mirada y frustrado golpeó el suelo con su zapatos, debía eliminar la escoria de Brilthor antes de que fuera tarde y se multipliquen, debía matarlo a él y deshacerse de aquello que ensucia su bello pueblo, como juez ese era su trabajo.

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