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Con Mingi había huido a su hogar donde sería resguardado por el general, sería resguardado en el sótano, pero no era lo realmente importante, mientras esté seguro estaría tranquilo. Al estar solo con Mingi no había evitado unir sus labios con los del general y este no dudó en corresponder llevándolo a la cama, luego de una divertida ronda de sexo había permanecido en el sótano del hogar del hombre que juró protegerlo, le había jurado que allí estaría seguro y que Seonghwa jamás iba a encontrarlo, confiaba en él, esperaba no ser traicionado.

—Mingi, ya estoy en casa—escuchó una voz suave en la parte de arriba— cariño, ¿ya irás con Seonghwa? Ten cuidado de que no te descubra, te amo.

¿Había escuchado bien?

—¿El hereje escapó?—lo miró incrédulo, era imposible— ¡Es imposible que lo haya hecho, tenía toda la iglesia vigilada!—echó sus cabellos hacía atrás frustrado y luego de pensar un poco se dió cuenta de algo extraño—¿Cómo sabes que escapó?

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—¿El hereje escapó?—lo miró incrédulo, era imposible— ¡Es imposible que lo haya hecho, tenía toda la iglesia vigilada!—echó sus cabellos hacía atrás frustrado y luego de pensar un poco se dió cuenta de algo extraño—¿Cómo sabes que escapó?

Mingi abrió sus labios levemente sorprendido y miró a otro lado tratando de buscar una excusa, la mirada intensa de Seonghwa lo ponía nervioso y no podía pensar adecuadamente, si lo descubría lo iba a condenar a la horca en frente de todo el pueblo y moriría de la manera más humillante posible. No podía permitir morir de esa manera.

—Pasé a la misa, no estaba a los pies de la virgen, mi señor.

—No son las once, aún no hay misa...¿a caso me ocultas algo?

—No, señor.

Seonghwa no tan convencido asintió y se volteó a sus hombres con una mirada de desaprobación, no podía creer lo que sucedía.

—Tengo un ahijado al que alimentar, no puedo perder mi tiempo en estupideces—se dió la vuelta y entró a la iglesia votando humo por los oídos rojo de la ira, el chico había escapado, no podía creerlo, estaba demasiado seguro de que el general tenía algo que ver, debía armar un plan para llegar al fondo de todo.

Subió las largas escaleras de caracol y respiró antes de entrar a las campanas, allí el monstruo que había criado lo esperaba jugando con sus muñecos como si fuera un niño pequeño. Aclaró su garganta y se sentó en una de las sillas esperando a que llegue con los platos a la mesa, no iba a colocar las uvas y el pan en la mesa como un animal muerto de hambre.

—Está aquí—sonrió regalandole una tierna sonrisa.

—Claro, jamás te dejaría sin comer, Dios no lo perdonaría...¿puedo pedirte una cosa?

—Claro, amo.

—Quiero que sigas a Mingi hasta su casa y averigües quien vive allí, no digas que vienes de mi parte, después de todo nadie conoce a esta horrible cosa—lo miró con desagrado agarrando su cabello— si otra persona te abre la puerta quiero que memorices su rostro y me lo digas en la cena, luego de la misa quiero que los sigas.

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