El domingo por la mañana entré en el gimnasio con un estado de ánimo muy hosco. Jeongguk era el mismo de siempre, brillante y alegre, y sonrió cuando me vio.
—¡Hola!
—Hola —respondí.
Se dio cuenta claramente de mi falta de brillo, y su ceño se frunció por un segundo. Su sonrisa se esfumó.
—¿Todo bien?
—Sí, claro —dije tratando de sonreír—. Sólo me compadezco de mí mismo. Ignórame.
Parecía un poco inseguro de lo que iba a decir a continuación, y odié que le hubiera incomodado.
—¿Seguro?
—Síp. ¿Qué tortura me vas a hacer pasar hoy?
—Eso depende. ¿Cómo te sientes? ¿Todavía te duele?
—En realidad no estoy tan mal. O estoy mejorando, o me he acostumbrado al dolor. —Para ser honesto, todavía me dolía, pero con mi corazón roto dando un último hurra, eso palidecía en comparación.
Estoy seguro de que Jeongguk me descubrió porque no me presionó demasiado. Me hizo hacer el infierno habitual de la cinta de correr y la elíptica, y luego hicimos pesas en la máquina de cables y poleas. Si Jeongguk no estaba conmigo, de pie a mi lado, me observaba.
Sabía que me estaba forzando. Pero cuanto más me esforzaba, mejor me sentía. Podía sentir que el estrés abandonaba mi mente, y cuanto más trabajaba mis músculos y hacía arder mis pulmones, mejor me sentía.
—De acuerdo, es suficiente —dijo Jeongguk poniendo fin de forma efectiva a mis subidas a la polea baja—. O estarás adolorido mañana.
Me tomé un segundo para recuperar el aliento y él reinició la máquina. Me entregó mi toalla.
—¿Quieres hablar de ello?
Me limpié la cara y negué con la cabeza.
—Voldemort.
—Ah. —Jeongguk asintió con conocimiento de causa—. Pensé que podría ser.
—Uno pensaría que después de ocho años juntos podría merecer una respuesta a un mensaje de texto, pero aparentemente no.
—Oh. —Se mordió el labio inferior por un momento—. Sí. Te mereces un texto de respuesta.
—Lo siento, no iba a hablar de ello —murmuré—. Pero sólo le envié un mensaje para decirle que puede venir a recoger su mierda. Ya no la quiero en mi casa. Pero no, ni siquiera una respuesta de una palabra. Tal vez Jade tenía razón. Tal vez debería quemarlo todo. De hecho, si no tengo noticias suyas para el próximo viernes, eso es exactamente lo que haré.
—¿Le prenderás fuego?
—Síp. No dentro de la casa, por supuesto, sino una quema ceremonial fuera.
Jeongguk asintió pensativo.
—Por supuesto.
Dejé escapar un suspiro.
—Supongo que estoy en la fase de ira del proceso. La negación no ha durado tanto como pensaba.
Me dedicó una sonrisa triste.
—Siento que estés pasando por esto.
—Siento que mi amiga Jade te haya enviado un montón de preguntas inapropiadas. Y no eran cosas que quería saber, en sí, sólo cuestiones para las que no tenía respuesta cuando ella preguntó.
Ahora sonreía de verdad y hacía los estiramientos habituales conmigo. Cuando nos quedamos en silencio por un momento, dijo:
—Jade parece una chica genial.
