Las dos semanas siguientes transcurrieron entre reuniones de trabajo, informes y plazos. Llegaba a casa más tarde de lo normal y me pasaba las noches probando nuevas recetas y experimentando con opciones más saludables que me convenían. Lo más loco era que, por muy ocupado qué estuviera, mis sesiones de gimnasio me mantenían concentrado. Me esforcé mucho, con Jeongguk a mi lado, y tenía razón: a la tercera semana de mi programa de ejercicios, ya no estaba tan dolorido.
Claro, algunas cosas dolían. Como estirarme justo por encima de mi cabeza para alcanzar carpetas de la estantería superior en el trabajo o ponerme a cuatro patas para recuperar un bolígrafo que rodó bajo el sofá en casa. Pero las cosas normales y cotidianas estaban bien.
Y lo más loco es que empezaba a disfrutar de mis entrenamientos. No era un caso de obligarme a ir, bajo sufrimiento, como si no tuviera elección en el asunto. Tenía ganas de ir al gimnasio y, si soy totalmente sincero, tenía ganas de ver a Jeongguk. Su sonrisa era siempre cálida y amplia cada vez que entraba por la puerta, y aunque probablemente trataba a todos sus clientes con el mismo entusiasmo, seguía sintiéndome bien. Me ayudaba con mis técnicas; me animaba a esforzarme un poco más. Tenía plena confianza en que yo podría alcanzar cualquier objetivo que me propusiera.Y ese tipo de fe, esa tranquilidad absoluta, era todo lo que necesitaba.
Mi sesión del jueves por la mañana con él fue como de costumbre. Hicimos cardio, luego fuerza central, y después algunas pesas para mis piernas y brazos. Y aunque no era raro que me dejara unos minutos mientras hacía mis ejercicios, esta vez no lo hizo. Hizo los ejercicios conmigo, mientras hablaba de las recetas que había hecho, cuando dos chicos pasaron junto a nosotros hacia las pesas libres. Uno de ellos, en particular, era todo sonrisas sugestivas y ojitos picantes para Jeongguk y probablemente no podría haber intentado mucho más para llamar su atención.
—Creo que alguien está interesado —dije en voz baja, señalando con la cabeza hacia donde estaban los chicos.
—Hm. —Jeongguk se encogió de hombros, pero se giró y miró hacia el lado opuesto de donde ellos estaban colocando las pesas. Habló en un murmullo que sólo yo podía oír—. Está interesado. Me invitó a salir.
—Oh. —Intenté actuar con frialdad porque aparentemente esto era ultra secreto—. ¿Cuándo?
—La semana pasada. Le dije que no estaba preparado.
—Y eso es bastante justo.
—Bueno, es más agradable que decir que no estaba interesado. —Tomó un sorbo de su agua—. No es mi tipo.
Volví a mirar al tipo en cuestión y tuve que admitir que no me sorprendió. Es decir, era musculoso, pero realmente sobremusculado, y mientras que Jeongguk parecía la imagen de la salud y el buen estado físico, este tipo podría ser el chico del póster de "Por qué no tomar esteroides".
Me encogí de hombros.
—Sus músculos parecen tan falsos que podría pasar por un globo con forma de animal.
Jeongguk casi escupió su agua. Tosió y se atragantó mientras trataba de disimular su risa.—Por favor, no mueras de ahogamiento de segundo grado. O el chico globo podría correr a hacerte la RCP. —Me limpié la cara con la toalla y me sentí un poco mal por tomarle el pelo a un tipo que ni siquiera conocía—. Estoy seguro de que probablemente es un tipo muy agradable, y yo más que nadie, no debería juzgar por las apariencias.
—No es su aspecto lo que no me interesa —explicó.
Me lo imaginaba. Quiero decir, en serio, Jeongguk estaba muy bien dotado. Por supuesto que encontraría atractivos a los tipos así. Pero no sólo por su apariencia física. Jeongguk necesitaría a alguien que tuviera la misma mentalidad en cuanto al cuidado de su cuerpo y su forma física, no a un tipo con sobrepeso como yo que llora y resopla cuando camina cinco minutos en la cinta de correr.
—Puedo ver por qué —dije tratando de ser indiferente—. Quiero decir, si los globos con forma animales son lo tuyo.
Se rio.
—No, no es eso. Ni siquiera puedo mantener una conversación con él. Cada vez que me habla, me pregunta qué proteína en polvo uso o qué peso he levantado esta semana. Luego me cuenta lo que ha hecho, le pregunte o no. Como si fuera una competición o algo así. No sé. Es simplemente incómodo.
—Tal vez sea tímido y no sepa de qué más hablar contigo —le ofrecí—. Tal vez está tan deslumbrado por tu apuesto aspecto que se convierte en un idiota cada vez que habla contigo.
Jeongguk se rio de eso y negó con la cabeza.
—No es probable.
—Y, de todos modos, todo lo que hemos hablado realmente es de comida —contesté—. ¿Eso es incómodo?
Se resistió.
—No, no. En absoluto. Me encanta la comida. Me encanta que hablemos de recetas y de cosas no relacionadas con el trabajo, y que me llevaras a los mercados el pasado fin de semana ha sido un puntazo.
—Bien —dije con firmeza—. Porque he hecho una tarta de cítricos con esa mantequilla de limón. Estaba en una página web de comida sana qué encontré, y tuve que improvisar, pero está muy buena. Tendré que enviarte la receta.
—Oh, sí, por favor. Suena muy bien. Nunca había pensado en utilizarla así. Encontré un sitio que tiene grandes ideas. Tendré que enviarte el enlace.
Alguien dijo el nombre de Jeongguk, y fue entonces cuando me di cuenta de la hora.
—Mierda. Voy a llegar tarde.
Me despedí con la mano, salí corriendo por la puerta y conduje a casa como un loco para darme la ducha más rápida de mi vida. Claro que llegaba tarde al trabajo, pero aún tuve tiempo de cortar un trozo de la tarta y meterlo en un recipiente. Puse el resto de la tarta en otro recipiente para llevarla al trabajo porque, desde luego, no quería comérmela toda. Entonces, como ya iba a llegar cinco minutos tarde, pensé que bien podía llegar diez minutos tarde. Así que me presenté en el gimnasio, vestido con mi traje de trabajo, con el pelo cepillado y bien afeitado, y dejé el recipiente en el mostrador de recepción.
Jeongguk estaba en las máquinas de remo con otro cliente, así que le sonreí y grité:
—Para ti —antes de salir corriendo.
Llegué al trabajo y, por suerte, nadie más que KaHei se había dado cuenta de que llegaba tarde.
—Pareces muy feliz esta mañana —dijo con cautela.
Antes de que pudiera pedir detalles o hacer hipótesis sobre cualquier razón que su imaginación pudiera inventar, le entregué el resto de la tarta de cítricos.
—Para el té de la mañana. —Tomó el envase como si fuera una dosis de herpes justo cuando mi teléfono sonó. Eran dos mensajes de Jeongguk. Primero, una foto del recipiente vacío que le había enviado, salvo unas migajas en el fondo. Y un texto que seguía.
Jeongguk: Oh. Dios. Mío. Necesito esta receta.
Sonreí a mi teléfono y luego a KaHei.
—Estoy feliz esta mañana —le dije. Me senté ante mi escritorio y abrí primero los correos electrónicos y luego una carpeta de trabajo de mi bandeja de entrada. No fue hasta unos treinta minutos después que me di cuenta de que estaba realmente feliz. Por primera vez en semanas, desde que Jooheon había hecho estallar mi acogedora burbuja y pensé que nunca volvería a encontrar una razón para sonreír, me iba bien.
Encontré la receta en Internet, le envié una copia a Jeongguk con unas cuantas anotaciones sobre lo que había improvisado, y pasé el resto del día haciendo frente a mi carga de trabajo con una energía que no había sentido en años.
No había vuelto a pensar en mi tarta de cítricos hasta que me detuve a comer y me dirigí al comedor. Pedí una ensalada y me senté en mi mesa habitual, alejada de los demás, cuando alguien, creía que se llamaba Cara, se detuvo junto a mi mesa.
—La tarta de limón estaba deliciosa, gracias —dijo antes de salir rápidamente por la puerta.
Entonces otra persona se detuvo y esperó a que yo la mirara. Una bonita chica pelirroja a la que ya había visto antes, pero de la que no tenía ni idea de su nombre.
—¿Hiciste lo del té de la mañana? Porque estaba divino. Gracias.
Luego Laly. Y luego Sam, y luego Hyein. Había trabajado con estas personas durante años y nunca había dicho más de lo que era profesionalmente educado. Todos querían decirme lo mucho que les gustaba mi cocina y cómo apreciaban el gesto.
—De nada —dije torpemente. Dejé el tenedor—. No quería comer la toda yo, pero me encanta cocinar. Y fui a un mercado de productos frescos y me inspiré, pero estoy tratando de perder peso, así que pensé en traerla aquí. En realidad, pensé que KaHei se la llevaría a casa. No sabía que iba a servirla a todo el mundo.
Dios, esto es por lo que no hablaba con la gente con la que trabajaba. Literalmente les rociaba con diarrea verbal. Me miraban fijamente.
—Ah. —habló primero HyeIn—. Lo siento, ¿se suponía que no debía compartirla?
Genial YoonGi, la primera vez que te hablan y les haces sentir mal.
—¡Oh! No, no me importa. De hecho, estoy feliz de que la haya compartido. Y me alegro mucho de que os haya gustado.
Parecieron relajarse. Entonces Laly dijo:
—Deberíamos turnarnos para cocinar y traer algo. Como cada lunes, alguien trae algo diferente para el té de la mañana. Lo hacen en el trabajo de mi padre y a todos les encanta.
—¡Sí! —se sumó Sam—. ¡Deberíamos! Aunque deberíamos asegurarnos de que nadie tiene alergias ni nada parecido.
—Oh, mierda. —Debí haber dicho eso en voz alta porque los tres me miraron. Me aclaré la garganta—. Quiero decir, cielos. Eso fue algo en lo que no pensé antes de que KaHei ofreciera mi tarta de cítricos. Tendría la mala suerte de que alguien muriera de un shock anafiláctico por mi culpa.
Y ahí estaba de nuevo mi cerebro sin filtro. Volvieron a mirarme fijamente, así que cogí el tenedor y lo clavé a un tomate cherry como si fuera su culpa ser un inepto social.
Entonces HyeIn se rio.
—O la mía. Ese tipo de cosas suelen pasarme a mí.
Entonces Sam agarró el brazo de HyeIn.
—Dios mío. Cuando estaba en la escuela primaria, hubo una venta de pasteles y llevé unas magdalenas que habíamos hecho mi madre y yo, y un niño era alérgico al huevo. No fue agradable.
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